“Ciclos”, de Alonso Holguín F.J.

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“Ciclos”, de Alonso Holguín F.J.

 

Querido amigo,

 

Hace tiempo leí un mensaje en Facebook donde disertabas sobre un hecho ocurrido en Valladolid con un ciclista. La criatura no había respetado la Ley General de Circulación vigente. Al parecer, tuviste otro suceder con un muchacho espigado, rubejo si mal no recuerdo, titulado en Derecho y que ahora se dedica al tema político en Valladolid.

Más de una chanza resolví poner como respuesta a tu mensaje. Al primero no tengo el conocimiento cierto de su identidad. Del segundo, a fe que el no se recuerda, hemos participado en ámbitos deportivos y profesionales, ya que jugábamos algunas veces en el Huerta del Rey -que es un Polideportivo- de Valladolid al fútbol sala. Él con el Colegio de Abogados, otros compañeros de la Heineken y yo en el equipo contrario.

Esta semana circulando por la capital de España -¡Viva!- me han sucedido dos cositas para pensar… un poco mal. Verás, te explico…

Un día cualquiera, por la mañana cerca de la hora de comer, el lateral del Paseo de la Castellana estaba de Oca en Oca: de verde a rojo, sin solución de continuidad, estábamos un montón de coches y algunas motos. La llegada del otoño implica algunos chubascos más o menos esperados. Es costumbre en la Plaza de Toros de las Ventas mirar las banderas para conocer de dónde viene el viento con nubes. El maestro Antonio Chenel ‘Antoñete’ decía que ‘inminente lluvia si sopla de la parte de Toledo’. En pleno centro de Madrid es más cómodo utilizar alguna aplicación del móvil, más que nada porque Chenel ya murió, y está más a mano el teléfono, que esperar su respuesta.

A la altura del Ministerio del Interior, al que tengo cierto cariño, estaba observando como dos hermanos de la Guardia Civil permanecían de pie, vigilantes, perfectamente uniformados, cumpliendo con su trabajo. En ello, llega un muchacho montado en bicicleta, serpenteando entre los coches, motos,… Las bicis tienen una mayor agilidad en movimientos cortos y menor peso para levantar la rueda delantera, incluso para subirse encima de la acera a conveniencia.

Delante de mí estaba un taxi y un oportuno autobús urbano. Sumados dos coches oficiales estacionados a los que circulaban por el carril izquierdo, recuerden que estamos hablando del lateral del Paseo de la Castellana, que viene a ser lo mismo a escala del Paseo de Zorrilla, y para completar… permanecíamos parados.

El muchacho ciclista llegó a la altura de la parte trasera del autobús. Y se detuvo. Hizo ademán de subirse por la acera, donde los jóvenes tocados con un sombrero de tricornio negro en la cabeza y su porte, frenó sus intenciones. Pie a tierra el viajero comenzó esperar.

 

Los muchachos beneméritos se aproximaron al borde de la acera. Haciendo una seña a quien circulaba a pedales, comenzaron una conversación. Los motores ronronean más de lo habitual. Mi dificultad se añade el ruido de mi moto y la protección del casco, obligatoria para circular. Al final, deduje que se interesaban por una protección para la boca y nariz. Parecía de un material similar al neopreno, con algunos agujeros para respirar, que se sujetaba con velcro a la parte de atrás de su cabezota pelada. Recuerdo que era en color negro con algunas pintas coloradas.

Tras cambiar de color el semáforo, que intuímos dado que el autobús arrancó, volvimos a la rutina de circular hasta la siguiente intersección regulada de forma mecánica…

El sábado por la tarde decidimos ir hasta la otra punta de la ciudad para pasar la tarde en familia. El volumen de circulación desciende mucho en ese horario. En nuestro caso, recorríamos la calle Príncipe de Vergara, justo en la confluencia a la derecha con la calle Jorge Juan, cuando tuvimos que parar la marcha para permitir el paso de unos peatones por un semáforo.

La tarde era tan buena que llevaba bajada la ventanilla de mi puerta. El airecillo hacía que disminuyera la temperatura corporal y ambiental del turismo. La luz del sol aún subía algunos grados por encima de 20 a las 17’40 horas.

Entonces entró un rebuzno desde el exterior:

 

  • ¡No tienes ni puta idea de conducir! -con perdón para los lectores que no esperaran el exhabrupto.

Giramos rápidamente la cabeza, ya que el autor del vozarrón parecía haber metido su cráneo por nuestro coche. No, no era así. Simplemente circulaba en una bicicleta por la calle. En ese tramo no hay carril bici. Dos taxis permanecían parados en el espacio reservado para ellos y autobuses. También se permite el uso de las motocicletas y otras de dos ruedas sin motor por él. Mi esposa se reía, mi hijo no entendía porqué tenía esa actitud su madre. Y yo permanecía mirando al tipo que seguía calle adelante, levantado e imprimiendo mayor velocidad a su transporte.

Llevaba una mochila a la espalda, pantalones grises y cabeza con un perfecto peinado bajo unas gafas de sol…

 

  • Nada hijo, no pasa nada, es una broma de mayores… -contesté.

Arrancamos y continuamos nuestro camino hacia una estupenda tarde en el Teleférico y Casa de Campo. Desde allí Madrid se ve de otra manera. Por un lado más alto, por otro más completa.

Los columpios son la excusa especial para que las madres y padres podamos conversar todos los temas pendientes de la semana pasada, de la futura…

 

  • ¿Qué te parece el tipo de la bici? -dijo mi santa para comenzar la conversación del banco.

 

  • Pues mujer… ¡qué me va a parecer! Un tipo que no conoce el riesgo que corre por la calle diciendo esas memeces.

 

  • Te has mosqueado… -continuaba riendo.

 

  • Sí, querida, me molesta que gente desconocida hable de esas cositas cuando en primer lugar desconoce o no cumple con el Reglamento General de Circulación… -y procedí a levantar mi argumento-. ¿Te has fijado en la gente que está andando en bicicleta por la Casa de Campo -ella asentía-. Caminos de tierra, ausencia de coches, aire, tierra… mejor dicho suelo…

El suelo de las ciudades es duro y abrasivo, más cercano por su composición a una lija que a una pista para hacer carreritas. De hecho, las pistas deportivas actuales son más lisas, gracias a los avances tecnológicos, por si los humanos se caen y arrastran por el suelo, aunque casi igual de duros.

 

  • el tipo que me ha increpado no tienen ni puñetera idea de qué habla. ¿Te has fijado de su cabeza pelada?

 

  • Él tenía pelo largo. Tú te afeitas la cabeza -respondió ella.

 

  • No me digo a eso, no mujer. Me refiero que él no tenía protección en su cabeza. Iba sin casco. Algo muy desaconsejado por médicos, leyes y personal profesional que circula sobre ruedas.

¿Os imagináis qué puede pasar cuando una cabeza -bien amueblada, usada, aprovechada o no- impacta contra el suelo? En la calle Príncipe de Vergara los bordillos son de un granito bastante bueno, además de tener un filo prominente. El suelo de las vías urbanas es duro… los usuarios de las bicicletas se quejan de la mala conducción de los turismos o vehículos a motor., sin razón en mi caso y situación.

 

  • Querida, bien sabes que llevo moto, circulo en bicicleta y tengo mucho respeto a los más débiles… y que nunca se me ocurriría decir algo parecido, aunque lo piense. ¿Te imaginas que sin querer al abrir la puerta en un semáforo dentro de un rato nos encontramos a ese biciclista?

Chema, amigo mío, al parecer la estupidez sobre dos ruedas no es exclusivo de nuestra amada capital. Ni es propio de algunos representantes de partidos políticos que no comulguen con nuestras ideas. Tampoco el uso de motor para moverse es imprescindible. Ahora bien, habría que hacer una llamada a muchos de los usuarios de dichos transportes para que conserven encima de su cuero cabelludo un protector denominado CASCO, que conozcan los peligros que corren y, encarecidamente, que recuerden que algunos pueden decir eso de ‘arrieritos somos y en el camino nos encontraremos‘.

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