La muerte es una putada

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En el funeral, parabienes de la Administración a la viuda e inmediato olvido

La muerte es una putada. Este sería el final ideal para un artículo, reflexión, negro sobre blanco en papel –no es racismo–, tras rememorar el día después del fallecimiento de un guardia civil. Pasar el trago –por segunda vez– se antoja duro; más dura es la muerte, porque resulta una mierda, cabronada, inmensa putada en este hermoso país llamado España.

Julio

Once años superó Julio, el bueno de Julito, al puñetero cáncer. Años de sufrimiento, padecimiento, al pie del cañón hasta el último de los días; aferrado a la vida, en activo como guardia civil. Fueron 46 años de servicio activo, ¡46, con dos cojones! Hasta el último momento llevó con él la fidelidad a la benemérita, pasión por los compañeros, amor a la familia y devoción a la Santísima Virgen del Pilar. Julito, el «Polilla», hijo de Guardia Civil, padre de dos guardias civiles, amigo, compañero, hermano; motorista y motero, investigador incansable, generoso, maestro y profesor en la «empresa», tanto como en la vida. No sé cómo describiros con más detalle a Julio, el bueno de Julito. ¡Ah, sí! Era un placer compartir cualquier momento de todo lo que nos rodea. ¿Y Lola?

Lola

Lola es la esposa de Julio, el gran Julito. Madre de David y Jorge, dos fantásticos chavales, han seguido el camino marcado por su padre, fieles a la senda de la lealtad en el servicio a España. Ella conoce perfectamente los sinsabores de la profesión escogida por marido e hijos. Ha tragado carros y carretas, días y noches, festivos y laborables, toda su vida. Primero las ausencias del marido por servicio. Servicio de duración variable: 8, 10, 12, 24 horas seguidas. Cuando no viajes de días o semanas. Esperen, me refería al marido, y ahora a los hijos. Sí, los tres han salido de viaje en unidades especiales para protegernos de delincuentes y las peores alimañas terroristas. Ella, la gran Lola, permanecía en casa, atenta al teléfono, noticias, sobrellevando el día a día, como una esposa de torero en tarde de corrida. Corrida de larga duración, muy larga. Y así, durante años.

Años que fueron una mierda, cuando ETA mataba a diario; años de plomo olvidados, sepultados por la miseria política, quien está a un paso de entregar este país a los terroristas; años aguantando promesas de políticos de cualquier color, que mentían como respiraban. Lola esperaba en casa, como mujer, esposa, madre; una gran persona. Una sonrisa preciosa, un abrazo, besos. Su corazón enorme recibe en la puerta. Y ahí está, esperando en la puerta.

Viudedad

Esperando en la puerta, lleva tres meses, tres, la pensión de viudedad que por ley corresponde. Entrañable funeral y despedida hicimos a Julio, el gran Julito, en Valdemoro. Uniforme, bandera de España, himnos y lágrimas, desde el general hasta agentes de la escala básica, llenamos la capilla para unirnos al dolor que aún nos embarga el alma. Ni les digo los ojos, llenos de agua salina.

—¿Otra vez conjuntivitis? —pregunta mi hijo, mientras escribo.

Los papeles, de un lado a otro; las firmas correspondientes, en tiempo y forma. De hecho, una de las señas de Julio, el gran Julito, era la meticulosidad en los detalles, hasta el mínimo dato. Preparó todo, la documentación, firmas, cuentas. Ordenado en una carpeta. Esa que muchos no queremos recurrir en la vida –y muerte–, cuyo título protege la apertura: «Carpeta de por si acaso sucede lo último». ¡Qué resumen más apropiado!

Burrocracia

Más que apropiado, el mundo de los trámites se entienden mal, mal de cojones. La burrocracia cae encima de los más humildes. Aterriza en la cabeza cuan losa; losa pesada, fría, seca, sin corazón, alma ni cariño. Nuestro hermoso país edificó un laberinto tremendo para los trámites más jodidos. Y eso sin contar las vacaciones, días moscosos, papel que falta –antes era el pago de la póliza–, huelgas, traspapelar documentación; festividades religiosas y civiles, cafelitos y comidas, liadas de «mañana tramitamos eso»; el «eso»… ¡Qué feo queda, coño!

Porque la muerte es una putada, una enorme calamidad. Los recibos llegan puntualmente sin corazón ni cariño. Ellos no saben si los ingresos siguen llegando al hogar, donde el pilar falta desde hace tres meses, tres. Y Lola calla, aguanta, aprieta los labios; David y Jorge ahí están, ayudando a su madre, recordando a su padre, emulando la templanza y sensatez, fidelidad y cumplimiento con la ley. Mientras la espera, desespera.

¿Dónde está la Guardia Civil?

Desconozco cuánto tiempo se tarda en gestionar la pensión a una viuda de un guardia civil. Desconozco la utilidad del servicio de Acción Social de la Guardia Civil. Ahora bien, muchos sabemos de sobra cuan cabronada es el llamado «fuego amigo», resumido en el dicho:

—¡Compañeros! ¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!

¿Ves cómo la muerte es una putada? ¿Me ayudas a mover la conciencia de este hermoso país llamado España? Gracias.

P.D. “La muerte no es el final”, dice un himno; “la muerte es una putada”, confirmado.

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