“El brindis de la serpiente”, de Alonso Holguín F.J.

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“El brindis de la serpiente”, texto inédito para el concurso #crimenperfecto del Grupo Terra Trivium

El brindis de la serpiente comenzó el día de la muerte de su madre. Se quedó solo en el mundo. Uno de los últimos momento de lucidez de ella fue para jurar la memoria de su padre:

—Lo que haga falta madre, haré lo que sea —repitió entre lágrimas Santiago.

La plaza del ayuntamiento era un hervidero en el corazón de la comarca guipuzcoana del Goyerri. El remolque de dos pisos vibraba sobre sus amortiguadores, con el grupo de música a todo trapo:

«Ez dakit zer pasatzen den

azken aldi hontan

jendea hasi dela dantzatzen sarritan…»

Los recibimientos a los compañeros que salían de prisión, tras condenas por accionesy pertenencia a ETA, se habían ido suprimiendo por falta de comprensión de los españolazos. «¡Qué malos son esos cabrones!».

—¡Askatu! —la música se detuvo de inmediato.

El gentío abrió un pasillo iluminado por unas antorchas de azufre. La organización había distribuido convenientemente a todos los portadores. Su experiencia superaba a cualquier empresa de eventos, contando con una férrea disciplina de la militancia. Banderines de ikurriñas colocadas con cuerdas desde los edificios de un lado a otro y unos enormes cartelones en las paredes con fotos de otros etarras retenidosen prisión.

Los congregados recibieron en el escenario a Jon al grito de «Jotake». Su vuelta ocurría después de veintitrés años de reclusión en España y dos en Francia. Coincidía también con su sexagésimo cuarto cumpleaños. El brindis culminaba el merecidohomenaje al asesino de 16 Guardias Civiles y Policías Nacionales:

—¡Gora Euzkadi! —el alcalde, puño izquierdo en alto, se limitó para evitar posibles consecuencias penales.

«¡Gora!», todos imitaron la acción y apuraron sus respectivos vasos de plástico con el brindis de pacharán o licor de avellana. «Sarri, sarri, sarri, sarri…», continuó el baile.

Quien más y quien menos empezó a saltar de manera desaforada. Una persona se mantenía quieta, apoyada en una de las columnas al fondo de la plaza bajo los soportales. Un atisbo de sonrisa en su cara, mientras enormes lagrimonesrecorrían las mejillas. Echó un trago de orujo. La petaca era plateada y con una cubierta de cuero marrón:

—Bebed, bebed, malditos —pensó sin decir ni una sola palabra.

La fortaleza de su mente era muy superior al resto de jóvenes. Los avatares de la vida forjaron una mentalidad de superación continua e incesante en el sufrimiento. Dos años aprendiendo el lenguaje de signos, dos más trabajando en diversos bares de Donosti, otros tres en un asqueroso tugurio de Hernani, donde los abertzales fumaban tantos porros como vaciaban botellines de cerveza:

—Ese mudo nos vendrá de puta madre para las fiestas —dijo Izku, alias «Berretes», jefe de los grupos de bienvenida a lossecuestradospor el estado español.

Su discreción y trabajo hizo que ganara toda la confianza de esos bandarras. Así, de esa manera tan sencilla,tuvo acceso al grupo de «catering» en los recibimientos con un año de antelación.

La imagen de un joven con uniforme sonriente junto a su madre embarazada siempre estaba en la memoria. El joven fallecía dos meses después de esa fotografía . Su cuerpo se llenó de metralla en un coche de la Benemérita tras el estallido de un coche bomba cargado con cien kilos de explosivo y tornillería.

El rostro de Santiago estaba protegido por una barba tupida, tres pendientes en la oreja derecha y cuatro en la izquierda. El DNI falso como un billete del Monopoly, junto con dinero negrode los locales hosteleros más tiñosos, hizo posible su aventura en las provincias vascongadas.

—Jokin recuerda: en el escenario tres botellas de licor de avellana. El pacharán y lo que sobre a la peñade la plaza. Vamos a hacer un homenaje a Jon que todo el mundo recuerde. ¡Aúpa con ello! —Jokin, mejor dicho, Santiago, como fue bautizado por su madre fallecida, asintió con la cabeza.

Cambiar dos cajas de licor de avellana por otras dos con una mezcla de dicho fruto, almendra y el potente laxante «Evacuol», protegido por unos guantes de látex, fue más sencillo que regalar un helado en la playa. Ese audaz movimiento, conociendo la extrema alergia del asesino, proporcionó la muerte por shock anafiláctico delcumpleañeroy una tremenda cagalera en la plaza.

—Al pan, pan y al guarro ¡pum! —decía Santiago en su mente sin decir ni palabra al salir de los soportales, guardando la petaca el hijo de una víctima del terrorismo de ETA.

Se fue de allí sin mirar atrás. El todoterreno estaba aparcado a dos calles de distancia. Cristales tintados y una potente maquinilla de pelarhizo posible retomar el rostro que su madre vio antes de morir.

—Ha salido todo como estaba previsto —dijo Santiago en cuanto arrancó el vehículo.

Escuchar su voz era uno de los placeres reservados para los momentos más íntimos y solitarios.

—¿Qué hago ahora? —se preguntó— Oposiciones. He de retomar el camino que comenzó mi bisabuelo, después mi abuelo y que mi padre no continuó por completo.

El todoterreno salía del pueblo sin llamar la atención, discreto y sin un ruido más alto que otro. Todo normal, salvo el brindis de la serpiente.

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