“Uno, que no dos”, de Alonso Holguín F.J.

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“Uno, que no dos”, de Alonso Holguín F.J.

El pesar de los vecinos es propio para nosotros, que compartimos comarca, hemos cruzado el río y sentimos casi propio el destrozo. Hoy me acuerdo de Cabezón de Pisuerga.

Al pie de la montaña, frente a Cigales, se encuentra la localidad de Cabezón de Pisuerga. Los lazos que nos unen a vecinos de un lado y otro del Canal de Castilla son familiares, ya que algunos casamientos hubo durante la historia, uniendo los pocos kilómetros que nos separan físicamente.

El río Pisuerga cruza las tierras del municipio para continuar su camino hacia el Duero, del que es afluente, y “pasando por Valladolid” con el fin de producir un dicho para toda España. La página web del Ayuntamiento nos facilita la historia del mismo:

Ya en época romana, Cabezón contó con un puente, por el que atravesaba el Pisuerga la calzada que iba desde Astúrica Augusta (Astorga) a Clunia (Peñalba de Castro). Aunque no está constatado, se cree que la construcción medieval conserva el emplazamiento y los cimientos de éste.

Su origen se remonta a la época bajo medieval, y tal y como lo contemplamos hoy día es el fruto de importantes reformas. La más destacada es la de 1587, que corre a cargo del maestro de cantería Juan de Ribero Rada. Este arquitecto trabajó en El Escorial como discípulo de Gil de Hontañón, aunque tomó pronto maneras clasicistas-renacentistas. Entre sus trabajos más destacados encontramos la traza del Patio Herreriano, la fachada de San Benito, el Puente Mayor de Palencia y el ábside y girola de la Catedral Nueva de Salamanca, en la que está enterrado.

En 1638 se hicieron reformas en el paredón y la calzada y así ha llegado hasta nuestros días.

Este hermoso puente está levantado en piedra sobre nueve ojos, cuatro de perfil ojival apoyados sobre pilares redondos y otros cinco de medio punto sobre pilares poligonales. Conteniendo la falda del Cerro de Altamira, hay un potente muro con contrafuertes, destacable porque son de los pocos que se conservan de estas características y que han sido restaurados en parte en el año 2.008.

Con el desarrollo de la Mesta, el puente y la ladera del Pisuerga a su paso por Cabezón, pasaron a formar parte de la Cañada Real Leonesa.

En el libro Historia de los Pueblos de la Provincia de Valladolid, publicado a finales del XIX, se comenta la existencia sobre uno de los pilares, de una piedra labrada “con un letrero que ha sido destruido por la injuria del tiempo, distinguiéndose solamente la fecha de 1586”. En el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones, donde se describe una visita realizada en 1904 (a penas diez años después), se puede leer: “recientemente vínose al suelo por las inclemencias del tiempo uno de los pilares decorativos que había en dicho puente, coronado por un escudo,… Acerca de él se nos dijo que, al desplomarse el pilar, se hundió en el fondo del río, y hay quien cree pueda encontrarse entre los sillares que a la entrada del puente se ha depositado.”

El puente ha sido sin duda testigo de todo el devenir histórico de Cabezón. Pero será expresamente en 1812 cuando tome parte activa en la contienda franco-española, ya que uno de sus ojos fue volado para frenar el avance hacia Valladolid de las tropas invasoras galas. Concretamente sería el tercero de los ojos entrando desde la orilla izquierda del río. Tras la guerra, sería reconstruido primeramente en madera, pero luego se reedificó en piedra, respetando el estilo original; aunque es fácil reconocer ciertas diferencias con los primitivos.

Fuente: Web Ayuntamiento de Cabezón de Pisuerga.

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Puente de Cabezón de Pisuerga

El día 23 de junio de 2015 queda marcado para la historia del municipio, el recuerdo de sus vecinos y todos los amigos que hemos cruzado tantas veces el río Pisuerga por dicho puente. Recuerdo la anchura del mismo no permitía el paso de dos vehículos en cada sentido, ya que data de la época donde el medio de locomoción eran cuadrúpedos. A fe que se cumple el famoso dicho del Arma de Caballería: “La parte inteligente del binomio va debajo”.

Por causas que se desconocen hasta el momento se ha derrumbado el muro de contención de parte de la montaña. Su firmeza es clave para conseguir que el puente una los corazones de ambas orillas. Las almas de los dos lados están estrechamente enlazadas sin necesidad de soporte físico. En verdad que tenemos consideración de las cuestiones materiales únicamente cuando las perdemos…

¿Batallita? A ello. Recuerdo una mañana de verano, época de bicicletas y edad para hacer cualquier cosa, siempre y cuando no fuera muy coherente, que fuimos a Cabezón. En Cigales así acortamos el nombre del pueblo hermano, porque no hace falta recordar la presencia del río. Puede que fuera hace 30 años, más o menos, cuando nuestra mayor diversión consistía era ir de un lado a otro en bici. José Montoya, Fortu Prieto, Paco Camazón, Fernando Centeno y quien suscribe, decidimos “ir a dar una vuelta” hasta allí. Bajar a Cabezón es muy sencillo, rápido y descansado. Ya lo dice el verbo “bajar”: el camino es cuesta abajo.

Aquellas bicis de hierro, auténticas armaduras sustentadas sobre dos ruedas, eran muy cómodas para ir sin dar pedales. Llegamos hasta Cabezón sin problema alguno. Cruzamos el puente, echamos un trago o dos de agua en la fuente y nos dispusimos a retornar a Cigales. Mejor dicho, invertimos el camino y empezamos a “subir”.

Era media mañana bastante avanzada. El sol proyectaba ya sus rayos sobre la castellana tierra. La temperatura comenzó a aumentar inmisericorde con el ritmo del pedaleo. La mezcla de la ropa de temporada -pantalones vaqueros-, el liviano peso de las bicicletas -¿recuerdas que eran “hierros”- y la tendida cuesta para llegar a Cigales, hizo que antes de “Los Gallineros” fuéramos emulando “relevos” de ciclistas profesionales. Logramos ascender el primer tramo de los tres que podrían dividir “el Camino Cabezón” y recuperar el aliento. ¡Qué bueno es tener 15 años!

Continuamos con la falsa planicie que llevaba hasta la curva de los chopos. El tema de los relevos nos parecía muy gracioso. De hecho, seguimos relevando el ritmo de carrera con la sincronía que algunos equipos ciclistas mostraban en la Vuelta Ciclista a España. Algunos chistes, coñas y risas hacía que el viaje fuera tornándose más divertido… pero la sombra de los chopos se cernía sobre el pelotón.

Llegar a los tres árboles plantados en la curva suponía la elevación de la carretera. El Camino Cabezón anunciaba que ya Cigales estaba próximo. Y la bici se volvió más pesada. El ritmo del pedaleo bajó su cadencia. Las piernas se tornaban de una dureza propia de la congestión de los músculos. El sudor corría libre por el 90% del cuerpo de los deportistas. La pendiente se elevaba más rápido que avanzábamos nosotros para acortar distancia con nuestro pueblo. El tiempo parecía detenerse, a la par que la distancia tenía apariencia de agrandarse. Por fin, llegamos arriba de la cuesta. Cruzamos el límite que anunciaba el casco urbano de Cigales, como si hubiéramos ganado de una tacada Vuelta, Tour y Giro del Mundo mundial.

Tras dejar las bicis en el suelo, nos sentamos junto a la tienda de Jacinto en la plaza. Por una parte sacamos la conclusión de volver a Cabezón otro día, pero nunca más en bicicleta. A Montoya se le ocurrió que “bien podíamos ir mejor hasta Valorica -Valoria del Alcor- porque allí el esfuerzo es al revés”. Reíamos de la aventura propuesta, ya que parecía una tontería cualquiera… eso sí, donde fuimos al día siguiente, ese día habíamos cumplido de sobra con la razón de “mover las piernas y el corazón”.

Ese mismo músculo se encogía hace unos días. En la red social Facebook, que viene a ser el periódico que muchos leemos para seguir conectados con nuestros orígenes, vi que se cerraba el paso por el Puente de Cabezón a “vehículos y peatones”. Corría peligro de derrumbarse. Hay que evitar se lleve a algún alma que cruce el mismo…

Miro el calendario: 23 de junio de 2015. La otra noche en un programa de Masterchef, que es un concurso de cocina, sirvieron comida a los 30 arquitectos más famosos de España. Treinta, treinta arquitectos que han construido enorrrrrrmes  edificios, obras públicas y diversas estructuras. Una catedrática de la Universidad Complutense decía en el programa “que tratan de enseñar a los estudiantes la transversalidad de la profesión dentro de la sociedad actual”.

Los concursantes sirvieron comida, dos primeros, dos segundos y dos postres. Las raciones, acordes con las tendencias de la cocina actual, estaban repletas de sabores, olores y colores, inversamente proporcional a la cantidad de comida. La dichosa “transversalidad” se reflejaba en los platos. Este adjetivo, o lo que sea, se utiliza con demasiada frecuencia para dar un tono de modernidad a una conversación, incluso parece dotar de un áurea de inteligencia a la persona que la incluye a su vocabulario.

En pleno siglo 21 -uso los dígitos, por si acaso hay alguna víctima de la LOGSE y se lía con XXI, pensando que es un signo de quiniela-, ¿nadie veía venir el destrozo que la naturaleza ha provocado? En pleno siglo 21, ¿el hombre no pudo hacer algún “apaño” para evitar que la tierra fuera al río?

En España tenemos una especialidad dentro del Ejército de Tierra que es el Arma de Ingenieros. Nuestros soldados han ayudado, entre otros, a reconstruir numerosos puentes en la guerra civil de los Balcanes -antigua Yugoslavia-. Ya están tardando en estudiar y realizar el tendido de un puente, aunque sea para peatones, para que unan otra vez las dos orillas de Cabezón de Pisuerga.

Las almas del pueblo, de sus habitantes y del resto de amigos que gustamos de “bajar” a Cabezón, necesitamos tener ese punto de unión. Cabezón de Pisuerga es un pueblo, que no dos.

 

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Derrumbe del muro de contención

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