Vértice

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Las nuevas tecnologías ofrecen la posibilidad de ver detalles apenas perceptibles por el ojo humano. Siento mucha admiración por los pilotos de carreras de Fórmula 1. Tienen una habilidad forjada a base de entrenamiento y de mecanizar movimientos con las extremidades, compaginados todos con el cerebro, que me dejan prácticamente absorto.

Los vehículos que conducen suelen alcanzar más de trescientos kilómetros por hora en recta. El paso por curva, dependiendo de la apertura del trazado, puede variar de los doscientos a menos de cien en algunos casos y circuitos.

Los pilotos abogan muchas veces por la seguridad de los trazados. Sin embargo, resulta incomprensible que siga circulando el llamado “Circo de la Fórmula 1” por un trazado urbano como Mónaco. Lejos del romanticismo de épocas pasadas, más se parece en la actualidad a una caravana que se estira y encoge esperando el fallo o error de un piloto. Dicha circunstancia concatenará una serie de impactos, más o menos violentos, con parte de las protecciones del circuito, cuando no de otro compañero de carrera.

En otros lugares se felicitan por las remodelaciones con respecto al año anterior, dado que después de los “pianos” -que son unos resaltes que determinan el límite de la carretera- han puesto brea o cementado lo que vendría a ser el arcén, sustituyendo la tierra o moqueta que, al poner una o dos ruedas sobre ella, el pasado curso abocaba al vehículo a efectuar rotaciones, derrapes o círculos sobre él mismo -”trompos” en la jerga-, finalizando sin acabar las vueltas prescritas para la prueba.

Los vehículos tienen la más moderna tecnología. Aprovechan cada milímetro y gramo de peso para aproximarse más o menos al suelo. De ello depende el aumento de la velocidad en recta, perder el menor tiempo posible al trazar una curva y adelantar a todos los competidores, empezando por el propio compañero de Equipo. Él es quien te puede “robar la merienda” del año que viene o del mismo si “van mal dadas”.

Esos avances se trasladan a escala a las nuevas carrocerías, motorizaciones y elementos de seguridad de nosotros, el resto de mortales, que luchamos por ir de un punto a otro del globo terráqueo, unos más rápido, otros con menor urgencia. Años ha, la Dirección General de Tráfico, que compite en intentar hacer comprender a los humanos que “llegar es lo importante”, sin olvidar que “salimos todos, volvemos todos”, a nuestras cabezotas más convencidas en adelantar en tres segundos y medio al resto de turismos para llegar al siguiente semáforo en la ciudad. Ni que decir tiene cuando, sin entender el riesgo que corremos propio y para los prójimos, circulamos al doble de la velocidad permitida “porque nuestro coche tiene una caballería que ni el General Custer contra los Apaches”.

Te decía que admiro a los conductores de Fórmula 1 y así es. Ir a más de trescientos kilómetros por hora no tiene mérito; enfundarse un mono para pasar calor inmenso, tampoco; ser capaces de sonreír tras pasar cerca de dos horas dando vueltas y vueltas al mismo circuito, menos. El mérito de ellos es ver una doblez de la carretera, un aviso de 150, 100 y 50 metros antes de llegar a la curva circulando a una velocidad endiablada… y frenar. Accionar el pedal con tal fuerza y precisión, que incluso el cerebro dentro de esas cabecitas -sí, sí, son hombres y tienen cerebro, alguno tenía que cumplir una excepción a la regla- para lograr que el bólido describa perfectamente el trazado para enfocar la recta y volver a elevar la velocidad a su máximo exponente.

La clave está en el medio de la curva. Allí hay instalado una especie de baliza que señala el vértice de la curva. A partir de él comienza a enderezarse la vía, la carretera, el camino o la senda… llama como quieras al circuito. Ellos son capaces de conducir toda la velocidad, unida a la fuerza de la gravedad, de tal forma que aprovechan dichas circunstancias para incrementar la rapidez de la salida.

La vida humana es como una carrera. Ciertamente la sociedad va variando significativamente. Los avances van más rápido que la comprensión de muchos de los elementos que formamos el conglomerado de los países, de las ciudades o de los pueblos.

La virtud de esos pilotos, que controlan todos los elementos al ver la señalización, es impresionante. Muchos humanos deberíamos de aprender esa habilidad, ensayando cada fallo que cometemos, ya que muchas ocasiones divisamos la curva, vamos frenando, disponemos nuestro ser, nuestros principios, la buena fe y, por motivos ajenos o no preparados por nosotros, salimos desequilibrados del trazado… quizá por no haber visto a otro humano que ha chocado contra nosotros, puede que el famoso vértice estuviera alterado.

¡Por el vértice bendito que hará tomar correctamente la siguiente curva de esta vida!

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