“Dos sonrisas y una vida…” de Alonso Holguín F.J.

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“Dos sonrisas y una vida…” de Alonso Holguín F.J.

 

Los recuerdos de Valladolid giran muchas veces en, al lado o a través de la arteria principal de la ciudad: nuestro río Pisuerga. La ciudad ha crecido más de lo imaginado por un tipo de hace cienes de años. Las viviendas nacieron a ambos lados de sus márgenes. Pero él sigue ahí, fiel a su estado, unos años con más caudal que otros, pero siempre llevando la vida, los sentimientos… ¡porqué no las ilusiones!

En mis 44 años de edad pocas veces he visto el curso del Pisuerga tan bonito, más aún, radiante. De unas épocas ya pasadas a estas presentes, es un placer ver fotografías de paisajes, de la naturaleza que nos rodea, donde muchas veces somos invasores. El viernes pasado fuimos testigos de una espectacular vista. Disfruta conmigo…

Hará unos pocos meses, puede que años, ya que el concepto tiempo – espacio queda algo indefinido en mi ser, tuve una ideíca. Un buen día estaba con mi hijo en Valladolid. Los placeres de volver a las raíces de procedencia es un conjunto de sabores y olores. En casa mi madre -como todas- perfuma la estancia con el aroma de sus recetas, mezcla de alimentos y cariño en partes muy parejas.

Allí, en casa, es diferente a vivir en la Capital del Reino de España. Es un gusto salir a tomar un vino, o dos, igual que dos cañas o tres. La comida es un manjar, porque en mitad de España no sabe igual la morcilla, ni el queso, menos aún el clarete -que aquí llaman rosado– y el tinto… del vino blanco no puedo mucho hablar, es algo que probar no suelo.

Ese día el sol brillaba, creo que era algo de Semana Santa o festividad similar. La fecha un tanto igual. El hecho era que tenía una quedada con un amigo para tomar un o dos vinos. Mi querido amigo residió años ha en Madrid. Tras ello, volvió a Valladolid. Por avatares de la propia evolución humana, igual da si hombre o mujer, este ser humano andaba solo por el mundo de la almohada de cada noche.

Volvía a casa con mi hijo porque mi esposa, santa ella, trabajando quedaba en Madrid. Ambos pocas cosas que hacer en Valladolid tenemos, salvo ver a la familia y amigos, que son las mejores actividades para las criaturas humanas. Después de un rato jugando en casa con mi hijo -ferviente seguidor de la última película de Pixar-, llegó a mí la famosa ideíca. El viaje anterior habíamos quedado con una amiga del alma para tomar un café. Se frustró la cita, ya que el peque pilló una fiebre de ésas que llega con tanta celeridad, como temperatura marca.

  • Mujer, un vino antes de comer… calle Correos… más en el centro no se puede estar -fue el envite.

 

Y fueron dos vinos tintos. A fe que recuerdo el lugar y el día, pero no el nombre del local. Has de perdonarme, pero cada vez voy menos por esa parte de la ciudad… será que vivo algo retirado ya.

 

De la conversación, la presentación y más de unas risas, hemos llegado el viernes junto al río Pisuerga. Allí nos citaron Susana y Manuel para hacernos partícipes de la firma del papeleo legal de su enlace matrimonial. La parte del Museo de la Ciencia era desconocida para mi esposa, también para mí. Desde la parte ribereña han construido un hermoso local que sirve de plataforma, de restaurante, de sala de baile… incluso para aparcamiento de una caravana pop.

 

Congregados en la orilla, visionando cómo reflejaba el sol el atardecer en la ciudad, observábamos qué bonito es el río desde ese lugar.

 

  • Nunca había estado aquí -dije a mi Santa.

  • Pues es precioso -contestaba ella.

 

Las sillas comenzaron a ser ocupadas por gente de mayor edad: la educación ante todo. A señal de la organizadora de la boda todos comenzamos a mirar hacia las rampas que conducían desde la planta calle a nuestra posición. La música comenzó a sonar. No era la marcha nupcial, ni algo similar. Se trataba de algo moderno, parecido a un desfile de moda, con buen ritmo para caminar.

 

Al principio sólo veíamos el pelo de Susana y Manuel, poco a poco vimos la sonrisa en sus rostros. En la siguiente rampa comenzaron los comentarios:

  • ¡Qué guapos están!

 

Y eran mucho, de verdad. Lucía ella un traje de novia, con tirantes, pedrería y un color blanco roto… Permite esa licencia mía, ya que en colores, después de los tejidos taurinos o el verde oliva civil, tengo bastantes problemas para un color que veo describir pueda.

 

Manuel, el novio, lucía un terno de color añil y pañuelo colorido en el bolso de la pechera. Una pajarita casi imposible…

 

  • Parece de hilo tejida -era uno de cien comentarios.

 

En el caminar se levantó algo la americana del novio, dejando ver que el forro era de color grana. Ahí recordé cómo vistió en las últimas etapas el torero Esplá, don Luis Francisco de nombre, cuyo capote y muleta de esa combinación por los ruedos paseaba. Y no sólo se parecía en los colores, en el porte, sino también en el andar. Se dice que los toreros tienen una forma de moverse muy típica, señorial. Y así era.

 

La imagen de ambos, su sonrisa, las manos unidas, corazones parejos… ¡qué felicidad!

 

La velada fue espectacular. En momentos así encontramos a los amigos de siempre. Recuerdos, algunas hazañas, otros hechos,… llega un momento que más de una parte del físico de cada uno tiene dolor de tanta diversión. Comida, música, bebiendas e historias amenizan los momentos. Entre una y otros recuerdos, había dos espectaculares sonrisas unidas en un solo rostro.

Es insignificante la hora que nos fuimos a casa, ya que somos un poco mayores y jóvenes para circular con autonomía por la ciudad. Debían de ser las… horas de la noche, cuando nos dirigimos a descansar. Sin embargo, el claro recuerdo de ese día es y será cómo dos personas sonreían de felicidad:

 

¡Que dure muchos años… y una vida más!

 

 

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