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Pedro Sánchez nunca hizo nada original; todos sus argumentos son copiados
Quizá ustedes otorgan un halo de sabiduría, sapiencia y visión de presente, futuro próximo y a medio plazo a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno de España en la actualidad —se está haciendo largo, muy largo en el tiempo—. Sin embargo, todo eso queda fuera de la realidad. Pedro, esposo de Begoña Gómez, hermano de David —alias Azagra, presunto artista con batuta—, es un vago redomado.
El fulano fue incapaz de leer una tesis doctoral —ríanse de la calidad de algunas universidades españolas—, en la que habría encontrado faltas de ortografía, citas con autoría equivocada y párrafos repetidos, cuando, según afirmaba la portada de dicha tesis, él era el autor. ¡Y fue nombrado doctor en Economía! ¿Será por el nulo gasto en esfuerzo de su parte?
Los hechos persiguen la acción de gobierno de Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Él, para evitar esas acusaciones, centra su objetivo en una serie de principios copiados, naturalmente. Cada mañana traza una línea argumental, distribuida a los 23 ministros, para que todos sigan un mismo credo, vulgo argumento. Además, por si fuera poco, se hace extensiva a los miembros —y miembras (no me podía resistir)— de su partido político y socios en el Gobierno de este hermoso país llamado España. Hagamos un resumen de esos principios.
Principio de la simplificación
El individuo reduce toda la complejidad de los presuntos enemigos —él no tiene adversarios, sino enemigos— a una realidad infinitamente más discreta, sin diversidad, fácilmente identificable. El objetivo es adjetivar a todo aquel opositor a sus ideas con un rasgo común, sencillo, moldeable en un patrón idéntico. Y así, en lugar de lidiar con múltiples enemigos, los engloba a todos en uno solo, sin posibilidad de identificarles de forma individual.

Principio del método de contagio
Este segundo principio está unido al anterior. Los objetivos del individuo son aún más simples: tras simplificar los hechos, tiene la misión de dispensar atributos a todos los sujetos que enarbolan ideas opuestas a las suyas. Utiliza adjetivos descalificativos con la malvada intención de ridiculizar o humillar a los enemigos.
Es una consecuencia lógica tras destruir la multiplicidad de la oposición, a fin de confundir a los diferentes enemigos con estereotipos generados por el aparato de propaganda para generalizar todo un grupo como un conjunto indeseable. Por ejemplo: “todos los gitanos son ladrones”.
Principio de transposición
Si el individuo recibe una acusación ineludible, señalará al enemigo por el mismo concepto o error. Delitos de malversación y apropiación indebida, entre otros —los más comunes en la clase política española—, son aireados a diario por los medios de comunicación. El último implicado siempre comenta: «Tú también hiciste esto, y el desvío de dinero público fue mayor».
Principio de la exageración y la desfiguración
El error —cualquiera de los errores del enemigo— ha de ser aprovechado de inmediato. Da igual su importancia y alcance: el objetivo es elevar la gravedad del mismo con o sin razón.
El sujeto buscará trazar amenazas en cualquier acto cometido por el enemigo, incluso en aquellos con una importancia anecdótica o circunstancial, si han sido producto de personas cercanas al enemigo, aunque sea con posterioridad.
Además, intentará crear amenazas en los actos públicos del enemigo: concentraciones, manifestaciones, puntos informativos, por ejemplo. La reacción de los amenazados o agredidos será usada en su contra, ya que se sesgará el motivo de esa reacción.
Principio de la vulgarización
Lo más vulgar dirige la sociedad en España. Los mensajes han de confeccionarse con el nivel más bajo de los receptores. «No te pagan para pensar», dice un dicho. Y tal cual, se elaboran para no precisar un desarrollo complejo a la hora de ser digeridos por la masa ciudadana.
Principio de la orquestación
Las ideas han de transmitirse a la ciudadanía de manera repetida y continuada. Todos los medios son pocos; todas las horas, imprescindibles. Cualquier canal de comunicación, incluidos medios y redes sociales, será utilizado para lanzar el mensaje a todos los estratos de la sociedad, sin importar edad, sexo, posición social o plataforma de consumo informativo.
Principio de la renovación
Uno de los objetivos del sujeto es inundar al enemigo con acusaciones. No importa la realidad o veracidad de las mismas, sino la impotencia de la víctima para disponer de margen temporal suficiente para defenderse o demostrar su falsedad. En el momento en que intente liberarse de ese lastre, el paso del tiempo lo habrá desplazado a la irrelevancia.
El público ya no tendrá interés en aquello que el enemigo esté dispuesto a contestar: cien acusaciones taparán una verdad. Es decir, enterrar al enemigo bajo cientos de folios de noticias, aunque sean repeticiones de una falsedad.
Así, el enemigo no puede renovar su honorabilidad, mancillada por una enorme repetición de mentiras. Los ciudadanos, hartos de tantas acusaciones, comienzan a perder el interés por conocer la verdad.
Principio de la verosimilitud
El control de la prensa y los medios de comunicación es un síntoma claro de dictadura. La información se distribuye por el mayor número de medios posible. Controlar las noticias implica decidir qué se ofrece o no a los ciudadanos, limitando la libertad de información. De ese modo, además, se controla la difusión de mentiras convenientemente mezcladas con información de apariencia verídica.
Principio de silenciación
El enemigo ha de ser silenciado en los medios de comunicación. Silenciar sus logros en los medios afines y omitir las noticias adversas propias constituye el binomio ideal para manipular la percepción de la realidad en la población. Además, se puede sesgar la información, ocultando y/o retrasando noticias negativas o falsas, utilizadas en momentos clave para contrarrestar los logros del enemigo que resulten imposibles de ocultar.
Este principio exige controlar el ritmo informativo y poseer la capacidad de alterar la verdad por la mentira.
Principio de la transfusión
Este principio consiste en utilizar la historia nacional para acusar al enemigo de los peores momentos del país, mediante comparaciones y similitudes. Se busca que los ciudadanos traigan al presente el odio que ya tenían interiorizado del enemigo, para utilizarlo contra los opositores al régimen. Así, los recuerdos de males pasados se reproducen en el presente: traer del pasado el odio de generaciones anteriores.
Principio de la unanimidad
El modelo preferido por el socialismo, a lo largo de la historia, es la unanimidad. Su principal misión es convencer a la población de que sus ideas cuentan con la conformidad de toda la ciudadanía. De este modo, quienes asuman esas ideas se sienten en perfecta sintonía con el conjunto. Esto nos lleva a sucumbir ante el fenómeno del conformismo social, propia de los huérfanos de criterio para pensar, discrepar y opinar.
Sin ser exhaustivo, habrás reconocido los principios que guían a Pedro Sánchez Pérez-Castejón en los últimos siete años de Gobierno en España. Ahora bien, he afirmado que estos principios fueron copiados de otro individuo. ¿Ni te imaginas de quién?
Antes de que salgas corriendo a buscar en internet, te lo revelo: Joseph Goebbels. Político alemán, fue ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda del Tercer Reich, liderado por Adolf Hitler.
¿Te extraña? Recuerda que tanto los nazis como Pedro Sánchez se encuadran en la corriente socialista: unos, nacionalsocialistas; y nuestro compatriota, socialista individual, a título particular… muy particular.
Las casualidades no existen. Ya comenté mi convicción: Pedro es un vago redomado.
Recientemente he publicado “Bajos fondos”. Puedes empezar gratis en este enlace.
