Laso

Getting your Trinity Audio player ready...

Nuestro Laso ha cambiado de turno

Laso, querido maestro, ya avanzamos por el mes de febrero a buen ritmo. Conchi, tu bendita esposa, nos ha contado que esta semana pasada apenas has abierto los ojos.

—Habrá cambiado de turno —comenté—, estará despierto por las noches y no nos damos cuenta.

El invierno se ha hecho presente también. Por fin ha llovido algo, poco para la época y la necesidad. La nieve escasea en las cumbres de la sierra. De hecho, seguro recuerdas las montañas nevadas de Navacerrada, ahora parecen un vago recuerdo. Ya nevará, ya, en los próximos días. Aquí, en tu nuevo destino hospitalario, te afectará poco.

Imaginaria

Las buenas gentes de tu alrededor con quienes compartes estancia, desconocen aquél término de la «imaginaria» nuestra en la Academia; los posteriores destinos donde hacer una noche —o siete seguidas— forma parte del trabajo y misiones de Guardia Civil. Ellos —en su descanso— se sienten plácidos con tu presencia. Un veterano agente, que ha «chupado» horas en vigilancias y contravigilancias, sabedor de mostrar su mejor sonrisa en todo momento. Tú, Laso, andarás despierto mientras ellos duermen. Horario cambiado. Aún recuerdo cómo, desde tu puesto organizando aquel agujero lleno de «grillos», nos entregabas sosiego y relajación cuando la galerna azotaba el equipo.

—Nada, ni caso, respira hondo, cambia esas tonterías del informe, incluidas las comas, y envía de nuevo. ¿Vais a esperar que os fastidie un impecable trabajo alguien tan insignificante y con tan poca «estrella»?

El dichoso contenedor …

Unas risas. Seguro que la familia no sabe esos detalles tan graciosos. ¿Graciosos? Voy a desvelar una confidencia. Seguro recuerdas el tema del «contenedor» de basura.

Aquí al lado está Ame, tu hija Amelia. Corría no sé qué año —mi memoria ya no es lo que fue, y menos mal que no lo es—, cuando iba a hacer un «tema» por ahí, por la calle, con mis mejores intenciones; por esas calles de una ciudad española, concretamente. Veía tan complicado el asunto que, analizando durante doce días la dichosa calle, llegué a la firme conclusión:

—Me hace falta un contenedor de basura.

… de basura

Un contenedor de basura sin basura —¡nos ha jodido!— donde meterme sin correr riesgos de ser regado de bolsas con deshechos. Controlé el horario de recogida del personal de limpieza municipal; horario de colocación y retirada de contenedores de los vecinos; horario de mi dichoso «objetivo» estático e inmóvil. Necesidades de espacio dentro para permanecer en él durante horas. Conclusión:

—Necesito un contenedor de escombros, sin escombros.

Imposible. No hay espacio en la calle ni tengo un enorme contenedor, ni el camión para instalar y retirar de la calzada. Además, llamaría la atención en esa zona residencial.

Verás Edu —tu hijo Eduardo acaba de llegar—, cuando me encontraba midiendo «nuestro» contenedor amarillo de la oficina, examinando su limpieza o necesidad de darle un repaso con la lejía, evaluando si cabía o no dentro, entrar y salir del mismo, ahí apareciste por la puerta, querido maestro Laso.

—¡Hombre! ¿Qué haces con el metro?

Problemas. No tenías que haber llegado en ese momento, adelantaste tu retorno. Se jodió mi «tema»: un secreto deja de ser secreto cuando lo saben dos personas. Hablamos sobre ello y me indicaste una solución más… Cómoda.

No te extrañes de ver sonreír a Silvi —tu hija Silvia—, ella está extrañada con esta aventurilla. También está junto a nosotros ahora mismo. ¿Ves? Me lío, como de costumbre.

La caja de cartón

Volví a la oficina con una enorme caja de cartón de un frigorífico.

—¿Ahora te dedicas a recoger cartones? —La broma duró unos cuantos días.

La dichosa caja de cartón cumplió estupendamente su función. Agujereada convenientemente a diferentes niveles, cómoda pese a su estrechez, recuerdo con una sonrisa aquellas cinco horas y treinta y siete minutos sentado fotografiando, según lo planeado. Días después —según me comentaron— un profe estuvo tentado de pegarle fuego a la caja de cartón conmigo dentro. Menos mal que, la maravillosa ideíca, cambió su intención por unas enormes carcajadas al evocar el recuerdo.

Ya hemos echado unas risas, maestro. Ahora Conchi, tu esposa, le hace el resumen a Anita Princesa —tu hija Ana acaba de asomar por el pasillo—.

Un favor

Oye, ¿te puedo pedir un favor? Los chavales quieren ver tus ojos, incluido ese amago de sonrisa tan maravilloso, y aquellos besos que dabas hace unos días. Estamos esperando vuelvas al horario diurno para estar junto a ti en ese nuevo destino.

En el caso de tus compañeros, hermanos y amigos, como Paco Peña, Biempica y yo —entre otros—, nos servirá un apretón de la mano, incluso ese movimiento de piernas al vernos, que tanto nos emociona a ti y a nosotros. El otro día Paco llevó un calendario, ya sabes que las agendas —aquellas agendas que tanto te gustaban— han pasado a mejor vida con las restricciones. Además, la agenda ahora ya no sirve para casi nada: todo te avisa el ordenador que llevamos en el bolsillo, mayormente utilizado para llamadas y fotos. ¿Fotos? Oye, también están ansiosos por ver tu cambio de turno unos chiguitos. Sí, Hugo, Lucas, Pablo y Bruno quieren ver los ojos del abuelo. A estos, cuando crezcan un poco más, les explicaré quien eres y lo magnífica persona que conocemos.

Lo dicho, Laso, te veo en un rato.

P.D. Se me hace raro llamarte José Antonio. Y no digamos José Antonio García Redondo, cuando tus más queridos compañeros y hermanos nos sale una sonrisa con «Laso», tu tercer apellido.

Inicio

#buena persona#comunidad hermanos de san juan de dios#cuidados paliativos#guardia civil#hospital san juan de dios#laso#leganés#madrid