“Hace apenas…”, de Alonso Holguín F.J.

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“Hace apenas…”, de Alonso Holguín F.J.

 

Una de mis más queridas sobrinas carnales que tengo, ha tenido la osadía de pedirme que escriba unas líneas. Ella sabe que, la primera vez que reuní unas páginas, salió una novela de 525 folios. Desconoce el resultado de la segunda -unos 500 folios tras dos correcciones-. Menos mal que ha limitado este encargo a cuatro o cinco. Se intentará… bastante.

 

Se dice en nuestra tierra castellana que “Los años no pasan en balde”. A fe que es verdad, más aún cuando hacen los recipientes para realizar labores con líquidos de diferente capacidad y tamaño, según la necesidad.

 

Voy a referirme a los homenajeados en la noche de hoy: María Luisa y José Antonio… pero de hace un par de años u tres.

 

Cierto sábado de un mes, estabamos comiendo en la casa de mis abuelos en Cigales. Recuerdo hasta la posición de la mesa donde estaba sentado, más que nada porque siempre nos disponíamos en el mismo lugar. De hecho recuerdo perfectamente, que estaba a espaldas de la cocina, con mi madre a un lado y mi abuelo Jacinto al otro. Y rizando el rizo, que ya no tengo en la cabeza, me acuerdo del menú: cocido. Cabe también la casualidad que, desde mis lejanas memorias, en ca de mi agüela se comía cocido los sábados.

 

Transcurría el segundo plato cuando, la mejor hermana que se puede tener, me dijo:

 

  • Jaci, Tienes que hacerme un regalo…

 

Así es Maísa, como toda buena mujer pide un regalo. He heredado de ella bastantes cosas buenas, entre ellas el gusto por hacer obsequios a los seres queridos. De hecho es bastante divertido. Cultivó en mí la sensación de comprar cosas para otras criaturas imaginando la sonrisa que tendrían al abrir el papelito, bien doblado, pegado con tesafilm y sin romper el envoltorio… en eso no he tenido mucha maña: siempre me salen unos dobleces de lo más impertinentes, casi nunca consigo dejar el papel más o menos intacto, pero interés, lo que se dice interés, pongo mucho. El resultado es otra cosa.

 

El cocido de mi madre siempre sale con un sabor muy especial: sabe a casa, a cariño. ¡Porque mi madre cocina de miedo! Los garbanzos estaban en su punto. Incluso había añadido algo de vinagre para dar un gracioso sainete al aceite de oliva… Quizá Maisa y Toño, que estaba a su lado, no recuerden el dato pero respondí:

 

  • ¿Y qué regalo necesitas?

 

Nosotros tenemos la costumbre de preguntar “¿qué quieres que te regale?”, dejando las sorpresas para otras cosas… o con la finalidad de regalar algo sin esperar, que mola más. La pregunta fue lanzada creyendo que sería alguna bufanda, un jersey, un maletín o, porqué no, un libro en inglés, alguna manualidad para el colegio o esas lanas tan raras que le gustaban a ella… bueno, que aún la encantan. Ella para los colores… pues eso, colores

 

Me iba imaginando tener que ir al famoso Oca – Didó, que en Valladolid ha sido durante años el buque insignia del bricolaje colegial. Dar un paseo junto al Mercado del Val, viendo a los pescaderos limpiar sus productos, siempre es un placer…

 

  • Esta vez ha de ser un regalo especial… -comenzó a decir Maisa.

 

El secreto se iba desvelando poco a poco… ¡Ya me fastidiaba a mi! El detalle especial destrozaba la previsión:

 

  • Me veo en El Corte Inglés… -pensé.

 

La economía de un joven de diecinueve años, aún en el instituto, cuya remuneración monetaria dependía de sus padres, hacía un sobre esfuerzo el cambio de la tienda de cacharreo manual por el pedazo edificio del Paseo de Zorrilla. “Un regalo especial” necesita ella… ¡pos vaya!

 

  • Da igual… -concluí en mi interior.

 

Bueno no, no da igual. Ahora sí que me falla algo la memoria, ya que no recuerdo bien la fecha que se produjo esa petición de regalo. No era Navidad, ni su cumpleaños, ni había aprobado algo, ganado alguna competición mundial -la de mejor hermana ya era suya cum laude hace tiempo- o realizado algún esfuerzo sobre humano que debiera ser recompensado… ¡bastantes había hecho! ¿Que no?

 

Mi hermana, mi querida hermana, estudiaba en cualquier lugar, posición y hora. Es más, los resultados avalaban sus desvelos, ya que sacó unas cuántas matrículas de honor. La carrera de magisterio no era de las más valoradas dentro del ámbito universitario. Pero ella, que siempre quiso ser maestra -y no enfermera, médico, abogado, policía o futbolista-, se pagó casi por completo la carrera con sus calificaciones.

 

¡Qué regalo! ¡Ella necesita un premio por día! Todas las profesiones tienen su garbanzo negro, o a sacos completos, dependiendo del número de seres que tengan los curros. La maestra Maisa no se acuesta ningún día antes de las doce y media de la noche, excepto los fines de semana que trasnocha un poco más. Podría llenar más de una sección de Ikea de estanterías con labores de apoyo para los niños del colegio, sus chicos. En varios años cameló a los jóvenes para participar en concursos de esos que nadie se entera… excepto si eres una hormiguita de tu profesión. ¿Cuántas veces seguidas se fueron una semanita a la playa por el cuento, novela, relato… al ganar el concurso?

 

Verás tú qué querrá la muy mejor hermana de este universo…

 

  • Quiero que me regales una lavadora… -dijo finalmente desvelando el secreto.

 

¡Acabáramos! El sentido práctico de la vida de mi hermana. No se apaña con una bufanda, con una chaqueta, una maleta… ¡Una lavadora! Desde luego había ido pensando en casi todas las plantas de El Corte Inglés, sin pararme a pensar en la sección de Grandes Electrodomésticos… esta vez se había superado: quería una lavadora.

 

El aparato necesario en cualquier hogar, que se usa de manera semanal en dos o tres veces, dependiendo del número de componentes de la familia. ¿Quién me iba a decir que mi mejor hermana quería un chisme de esos? ¡Pos si quiere uno lo tendrá!

 

Hoy en día alguna duda habría tenido al escoger el modelo, el tamaño y, siendo como soy, el color. Antes, en el siglo pasado, numerado como veinte, había un único color: el blanco. Del mismo tono que la leche, que los cúmulos que se forman por el calor de la primavera y el verano, antes que tornen a convertirse en la madre de todas las tormentas. Dentro de la gama de blanco hay un cerro de matices. Algunos años después teníamos cuatro o cinco coches Renault del mismo color, pero con diferente tonalidad. Blanco con el manto de la Virgen del Pilar, con el violeta del Real Valladolid de fútbol y también del Real Madrid. ¡Ay si fuera hoy…! He visto azules, plateados y una de color amarillo…

 

Así pues ya sabía el regalo, que tenía que ser especial y que era una lavadora. Bueno, ecuación resuelta… ¿Os habéis fijado en la tendencia matemática que tenemos nosotros? Bien, pues aclaro: es nula. A nosotros nos gustan más las letras puras, los idiomas y la cocina. La idea de álgebra, geometría y el resto de materias que se ven involucradas en el cálculo no son de nuestra preferencia.

 

La conversación de la comida continuó sin dar más importancia al regalo que quería mi querida hermana. Llegó la carne, que es el cúlmen de un buen cocido. El sabor que entrega al resto de verduras, junto con el caldo, lleva al comensal a acabar un poco cansado de mover la mandíbula de un lado a otro… si no fuera por la conversación familiar… ¿habéis probado a comer un señor cocido a solas? ¡Un aburrimiento completo!

 

De pronto me di cuenta que no conocía el motivo concreto del regalo especial a mi apreciada hermana. El calendario de la Semana Fantástica del Corte Inglés es un misterio para los profanos que no trabajamos en El Corte, o bien no llevamos un calendario ajustado anual con sus festividades imprescindibles: Reyes, Día del Padre, de la Madre, Verano, Primavera, día del sí, del no,… En aquellos tiempos era cuando se podía comprar bien a gusto una lavadora: porque su semana duraba y dura ¡quince días!

 

  • Y digo yo… te compro la lavadora, pero ¿qué motivo hay para ese regalo especial?

 

Traté de añadir toda la inocencia posible a mi pregunta. Me sorprendió el regalo, ¿a quién no? De la variedad que se pueden pedir, o hacer, a una mujer siendo hombre, una lavadora puede ser el inicio del lanzamiento de aquellos ceniceros blancos, “Recuerdo de…” no sé dónde, que en los años ’80 del siglo pasado decoraban los salones de los domicilios familiares. De igual forma, la batidora, plancha, sartén,… y utensilios para el hogar -a diferencia de un coche-, no son recomendables.

 

Mi abuelo Jacinto me pasó el plato con trozos de chorizo, tocino, carne de ternera y un piquito del hueso del jamón, que mi madre había servido. También llevaba algo de caldo, ya que la carne puede estar algo seca, al ser de hebra. ¡Qué rico está el cocido que hace mi madre! Bueno, el de todas también… aunque la mía borda la receta.

 

  • Tienes que regalarme una lavadora porque nos vamos a casar el próximo mes de Junio…

 

¡Ay madre!, dijimos todos. El fabuloso cocido de mi señora madre pasó a segundo plano. Empezamos a levantarnos de las sillas: besos, abrazos y alguna lágrima de mi abuela Catalina y de mi madre… Aún pienso que no sé porqué lloraban, más difícil veía que fuera yo el que se casara -con el tiempo la única que no había perdido la fe en mí era mi hermana-.

 

¡Maisa y Toño se iban a casar! Pedazo noticia. Lógico pues ya llevaban unos años de noviazgo, vivían juntos en Anchuelo… la lógica de las matemáticas de la vida, ésas que eran nuestras favoritas

 

He oído formas bonitas de anunciar una boda a la familia; algunas insólitas o raras también. Pero, doy gracias a mi hermana, a Toño y a también a Dios, que ambos dieran a conocer su enlace… pidiendo como regalo una simple lavadora.

 

Os quiero mucho.

 

P.D. He cumplido el compromiso con mis sobrinas carnales más queridas: he escrito unas líneas procurando no llegar… o sí, son más o menos quinientas páginas: todo depende de las veces que leas estas cinco hojuelas.

 

A vosotras también os queremos mucho.

 

22 horas 11 minutos.

 17/06/2014.

 

 t

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