“El método Laso”

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Laso, jefe, compañero, hermano, roza la perfección

Sin ser pretenciosos, algunos de nosotros hemos tenido el inmenso honor –y suerte– de haber conocido a personas maravillosas en este hermoso país llamado España. Hoy voy a comentaros y presentaros, incluida a su familia –y a él, que nos escucha fijo–, a Laso, el duro y bueno Laso.

Laso

Lo primero, para dejar claro a los lectores, que no sepan quién es Laso, necesitamos saber su nombre más habitual: José Antonio García Redondo. Laso figura como su tercer apellido. ¿Por qué le conocemos así? Ni idea. Es más, tarde unos meses en saber sus dos nombres de pila, y algún año en saber que Laso era su tercer apellido. Así somos los guardias civiles, algo peculiares, como peculiar el servicio en la Benemérita.

Hace 21 años y pico conocí a esta maravillosa criatura. Una hombre singular, sin duda. Buen marido, padre, muy creyente en la religión católica, apostólica y romana; guardia civil, jefe, compañero y amigo. Sí, amigo. En el tiempo de mi aterrizaje en Madrid, Laso dirigía la secretaría de una peculiar unidad –de la que evitaré hablar en estos momentos–. Ordenado, tremendamente ordenado, en los múltiples papeles que había de lidiar a diario. No sólo informes y carpetas, minucias para dicho lugar. Las diferentes necesidades para mantener el equilibrio entre lo militar y nosotros, suponían tremendo esfuerzo a nivel profesional y personal.

Método

Su forma de trabajar recibió dos galardones: uno bueno y otro malo, peor. El primero fue denominar a su forma de trabajar y estructura de organización como «El método Laso». El segundo fue la puñalada que le dieron allí, en temas administrativos al ascender a brigada. Si alguien se merecía quedarse en aquél agujero, era él. Nadie, ninguno de por allí, ni antes ni después, ha obtenido nunca –y dudo que lo consiga nunca jamás– tanta dedicación, eficiencia, lealtad y oficio. ¿Quién va a ser capaz de inventar «El método Laso»? Tras él vino Izquierdo, un dechado de organización, trabajo, antigüedad, conocimientos, buena gente… que siguió «El método Laso»:

—Esto es rozar la perfección.

Dirección General

Una vez que sacó la cabeza del agujero, tras prometerle aquellos que iba a conservar la plaza de destino al ascender —”tú te quedas aquí, ¡«El método Laso» eres tú!”—, encontró acomodo en la Dirección General de la Guardia Civil. Ojo, no en un sitio cualquiera, no, pilló vacante en la secretaría del Director General.

—¡Laso, estás a la derecha de Dios! —saludamos su vacante.

Contestar las miles de preguntas que llegaban desde las Cortes Generales. Mayormente dudas de lo más singular y raro para nuestro mundillo. Y miren que somos raros nosotros hasta afirmar «lo normal está de esa puerta para fuera».

Allí, a la derecha de Dios, se curra. Y más Laso. Pese a lo que piensa la gente allí, Laso seguía con su ritmo de vida. Continuaba con su forma de trabajar. «El método Laso» concedía un descanso de media hora en la jornada matinal, el tiempo justo para la comida, y al tajo algunas tardes. Y los siguientes dos ascensos, allí se quedó. Allí sí valoraron su forma de trabajar, «El método Laso». Calidad suprema.

Ordenado

Ordenado, amante de la música clásica, orgulloso de su esposa Conchi y de sus hijos. Un día me comentó el alegrón:

—El chaval ha aprobado para Policía Nacional. —Brillo en sus ojos, ese orgullo de padre, de compañero, ese toque tan especial que nos da la vida.

El penúltimo café que compartimos fue en la Dirección. Tuve la oportunidad de presentar a Laso a otro compañero:

—Félix, ¿puedes venir a las 11:00 h? Es cuando tengo la hora del café para que me presentes a Santiago.

—Coño, Laso, que eres jefe. ¿No puede ser un poco antes o después?

—No, tengo trabajo pendiente.

Método

Laso siempre tenía trabajo pendiente porque llevaba todo al día. Eso es «El método Laso».

La vida nos recordaba cada Navidad con el oportuno recordatorio del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. «Feliz Navidad y Próspero Año… Familia García Gutiérrez». La imagen de un nacimiento, belén, un toque que Guardia Civil, lo típico.

Hace unas semanas el cuerpo de Laso recibió un tremendo golpe. Algo interno se jodió en el cerebro. Y cuando el estropicio viene de arriba, afecta al resto. Afecta mucho, de tal forma que la vida pende de la mitad de la mitad de la mitad de un puñetero hilo. Cuando Biempica –gran compañero, amigo, hermano– me dio la noticia, el mundo se cayó desde los cielos:

—…pulmones encharcados, entubado, en la UVI… —lo típico de estar jodido, muy jodido.

Sin embargo, como Laso, el duro Laso, se agarraba a la vida como un titán, ¿quién éramos nosotros para rendirnos? Oraciones y rezos, cada uno a su manera, pendientes de recibir las noticias de Conchi, que relataba a Paco Peña –otro gran compañero, amigo, hermano de nuestra peculiar familia– mediante un texto que nos presagiaba lo peor de lo peor, si bien dejaba un resquicio a la esperanza:

—Me aprieta la mano al escuchar una de sus canciones favoritas.

Ni parpadeamos

¡Oigan! Y como nosotros no somos de rendirnos –¡Rendirse no es una opción!–, tras un resurgir, y batallar en el periplo administrativo se consiguió su traslado desde Alicante a Madrid en ambulancia medicalizada. Conchi relata que «abre los ojos, acepta órdenes simples, incluso se atisba alguna sonrisa en su rostro». Ustedes no, quizá, no se emocionan porque Laso, el duro de Laso, se agarra a la vida, al recuerdo de sus hijos, nietos, al cariño que le profesamos sus compañeros, amigos, hermanos.

Si algo puede definir a Laso, aparte de «El método Laso», es su maravilloso sentido de la familia. De una familia tejida en el amor durante años, del compañerismo, del buen hacer, y de las enseñanzas que nos proporcionó a cuantos le hemos conocido. Imagino que dirá:

—Félix, siempre vas muy largo en los textos.

—¡Qué menos, querido, qué menos!

Ya acabo. Ahora, a tí, querido Laso:

—¡Aprieta! Espero tu postal en unos días.

Tus amigos, te queremos un güevo.

Mi última novela publicada hasta ahora “Quinta estación, Infierno”.

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