“El límite”, por Alonso Holguín F.J.

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“El límite”, por Alonso Holguín F.J.

Llevo unos días pensando sobre ciertas acciones, comentarios e intervenciones de ciudadanos españoles. El desasosiego llega cuando menos esperas, incluso de aquellos que pensabas tenían ciertas cuestiones de debate muy claras. ¡Va por la serenidad!

La palabra “límite” se usa para indicar el final de algo, normalmente vinculado a elementos materiales, sin olvidar artículos legislativos que ayudan a la organización de una sociedad o cultura humana. Habitualmente asumimos las señales de la Dirección General de Tráfico donde nos indican velocidad máxima permitida. Dicha advertencia se realiza con un cículo rojo y superficie en blanco, con una cifra numérica en negro. También están aquellas que indican un peligro certero, que se enmarcan en señales de forma triangular de borde rojo, con interior blanco y la advertencia en negro.

España tiene un libro bastante fino donde engloba la organización del Estado y sus Comunidades Autónomas, sin olvidar a las dos ciudades autónomas Ceuta y Melilla. Me refiero a la Constitución Española de 1978, sobre la cual todos los individuos que ejercen un poder público electo han de “jurar guardar y hacer guardar la Constitución de 1978 como norma fundamental del Estado”. Si bien las noticias han variado la elaboración de los reportajes, antes difundían el juramento de los Ministros, Presidente del Gobierno y otros con elevados cargos electos dentro de las Administraciones Públicas, ahora se limitan a unas cuántas imágenes, donde una voz relata la noticia, privándonos de saber con certeza el juramento del individuo.

Las últimas elecciones municipales y autonómicas en España han elevado a cargos electos a personas desconocidas. Los argumentos utilizados para llegar a sus puestos son más o menos discutibles. Estamos en Democracia y el conjunto de los ciudadanos elegimos, con mayor o menor tino, a nuestros representantes por un periodo no superior a cuatro años, cuatro.

Los individuos electos han realizado el juramento con múltiples variaciones. Hemos podido oír a alguno que ha utilizado el idioma latín, del cual proviene el castellano, el español y la práctica totalidad de los diferentes dialectos autonómicos. El vascuence o eusquera no proviene del latín, según he oído, si bien puedo afirmar que un muchacho en el año 1997 en San Sebastián no sabía traducir una canción de un cuadro colgada en un bar, con la excusa de que él “era de Bilbao”. Por ello, asumí que ese idioma es de difícil comprensión, dependiendo de la provincia vascongada de procedencia. Estaré confundido, lo asumo y afirmo que no es en la única de mis aseveraciones.

Aquellos que han utilizado el latín, también el castellano u otras variantes dialectales, incluso si es el español, deberían de recordar que la fórmula de juramento o promesa es la llave para comenzar a tener una serie de privilegios derivados del cargo. Creo que se asigna una compensación económica -en formato sueldo- por su representación, reuniones parlamentarias, dedicación exclusiva -aunque hagan más de una actividad algo particular-; potenciación del mercado de las telecomunicaciones -puede que reciban varios terminales de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), en formato teléfono móvil, ordenador portátil…-, así como la sustentación por parte de las arcas públicas de su costeamiento; uso de transporte público -al menos en la propiedad de los coches oficiales, traslados en tren, avión, barco, autobús,…- para que cumplan con las obligaciones públicas… esas que “juro guardar y hacer guardar la Constitución de 1978 como norma fundamental del Estado”.

Todo, o casi, tiene un punto de partida, de final y entre ambos puede comenzar un lugar marcado como límite para ellos y para algunos más allegados. La condición de político otorga un altavoz de opinión. Mucha gente escucha las aseveraciones de los dirigentes políticos que son afines a sus ideas o viceversa, que de todo hay. Entre los más cercanos, o habituales presonas de nuestro propio entorno, también existen individuos que no dudan en opinar en similar sentido que los primeros, sin saber con certeza el inmenso dolor que sus afirmaciones pueden producir.

Si contamos que estamos en el año 2015 de la era cristiana, aún hoy algunos no dejan de recordar fechas de 1936 a 1939, última guerra civil española. En aquella ocasión, una parte de los ciudadanos tiraron disparos contra los otros y al revés. Hubo ocasiones anteriores, como las llamadas Guerras Carlistas, donde se produjeron dos bandos con idéntico propósito: disparar con mala idea al vecino. Pese a que ya quedan pocos vivos de los que combatieron en la Guerra Civil de 1936, todavía hoy hay ciudadanos que no dejan de recordar aquellos lastimosos hechos, olvidando que en ambos lados se mató, asesinó y torturó gente. Parece que sólo hubo un bando donde se cometieron atrocidades y olvidan que dentro de una guerra el más perjudicado de los contendientes son los propios ciudadanos: verdaderas víctimas de ambos enemigos.

Decía que estamos en el siglo equis equis palito, total veintiuno. Durante los últimos 50 años, más o menos, hemos sufrido asesinatos, heridos, secuestros, desplazados y exiliados dentro de nuestro propio país. En estos años la barbarie terrorista de ETA -y sus variaciones asamblearias, Comandos Autónomos Anticapitalistas, Séptimos, Quintos, Octavos,…-, GRAPO, MPAYAC, Resistencia Galega, Terra Lliure,… y resto de grupos formados para causar terror con armas, explosivos, publicidad o acosos, han sembrado de sangre nuestras calles, nuestro querido país, llamado España.

Hace menos de seis meses que llevo participando en una tertulia radiofónica en Radio Inter del Grupo Intereconomía. El programa está dirigido por Carlos y Alexia Cue. Allí he encontrado gente amiga, compañeros que dedicamos parte de nuestro tiempo familiar a escribir ideas, pesadillas, sueños y otro montón de letras para que tú, querido lector, pases un rato imaginando o simplemente estando a nuestro lado del pensamiento de una aventura.

El pasado programa tuve la desgracia de oír de alguien al que consideraba “maestro” una afirmación impensable, a la par que inmensamente… asequerosa, escogiendo el adjetivo. Te pondré en situación: debatíamos sobre el caso de los tres periodistas españoles secuestrados en el norte de Siria por elementos terroristas, posiblemente del DASH o IS (Estado Islámico). Andábamos diciendo si era oportuno o no pagar el rescate que pedirían sin dudar, ya que es la norma de ese grupo para financiar la guerra a la que se enfrenta con el resto de países que gobiernan los territorios pretendidos por ellos. Me vino a la memoria el reciente aniversario del asesinato de don Miguel Ángel Blanco Garrido por Javier García Gaztelu “Txapote”, miembro de la banda terrorista ETA.

El contertulio, cuyo nombre voy a ahorrar, dijo “el Gobierno criminalizó el asesinato de Miguel Ángel Blanco…”. Este hombre vive en Barcelona, es abogado y arquitecto e ignoro si está en activo o jubilado de su profesión, ya que pudiera ser por tener una edad avanzada. Uno suele estar preparado y prevenido para muchas situaciones; procuro documentar mis intervenciones a fin de no cometer errores por falta de preparación; incluso voy tomando notas durante algunas entrevistas para no perder el hilo, dado que no me he dedicado en mi vida a sostener un debate donde la conversación tuviera una audiencia más allá de la sala presente, en este caso con una audiencia potenciada a través de internet. Puedes oír aquí el tramo que indico:

 

Has escuchado bien. Así se produjeron los hechos. Don José, que es su nombre de pila bautismal, ha cruzado usted el límite. La expresión de la utilización política del asesinato de don Miguel Ángel Blanco Garrido, según el tono pausado y tranquilo de su voz, se debe a una reflexión honda y profunda de su propio pensamiento. Se destaca que no eleva el volumen, ni respira de forma agitada, que bien pudiera signficar un llamado “calentón” dentro del debate que sosteníamos. Por ello estoy firmemente convencido de su interna afirmación sentimental de aquello que acabamos de escuchar todos.

Lamento mucho, muchísimo, que coincida usted con la opinión formulada con aquellos que cometieron, apoyaron, instigaron, jalearon, encubrieron,… el asesinato del joven don Miguel Ángel Blanco Garrido. Esta criatura humana es un ejemplo para muchos de nosotros, españoles de bien, víctimas directas e indirectas de la barbarie etarra terrorista. Oír sus palabras supone una gran contradicción para el pensamiento e idea que tengo de usted, don José; la profesión de abogado es necesaria en un sistema legal, dado que, hasta los más viles asesinos, precisan de un profesional del Derecho para que no se vean mermados los derechos que ellos mismos han vulnerado. Sin embargo es difícil, muy difícil, superar el desasosiego que produce escuchar de alguien esa afirmación.

Acudir a la tertulia de Radio Intereconomía, Ecos de Actualidad, es un honor y un placer para este que suscribe. Impensable sería para mí verme dentro de una mesa similar hace pocos meses, menos aún pocos años atrás, dado que tratamos diversos aspectos relacionados con la vida política de la actualidad española y, en algunos casos, mundial. Ir allí, acompañar a Carlos y Alexia Cue, Alfonso López, Antonio Castillo, Gabriel Monte era un remanso de paz. Se sabía que pisaba terreno tranquilo, con opiniones diversas, pero todas ellas respetando cierto límite, el cual don José, usted ha rebasado a paso firme y tranquilo.

Resulta interesante frecuentar estos ratos de conversación, ya que reconforta el espíritu y la diversidad de opiniones ayuda a ganar conocimiento. Quienes me conocen saben que suelo ir acompañado por una mochila, un cuaderno y un bolígrafo o lapicero. Desde el momento que don José cruzó con aplomo el límite, al menos el mío, prometo acudir mejor preparado que nunca, ya que probablemente encuentre en dicha tertulia con alguien formado, instruido y convencido de, como mínimo, una afirmación de muy dudoso razonamiento para mí: la vileza del asesinato terrorista está alejada de cualquier rastro político, ya que ése es el camino que intenta fijar ETA desde su creación. Un asesinato es un acto terrorista y la justificación política es un acto de engaño. El límite está claro, nítido y fijado desde hace muchos años en este país nuestro, querido y amado, llamado España.

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