“Coser y cantar”, el comienzo de la novela

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“Coser y cantar”, tercera novela de Alonso Holguín F.J.

Así comienza “Coser y cantar”…

El cuerpo humano tiene un auténtico despertador inteligente en el interior. La temperatura corporal desciende cuando ha de despertar el individuo, al igual que la temperatura más fresca de la noche se da cuando el sol va a romper con la oscuridad de su ausencia. Y así fue. Comencé a sentir frío desde la punta de los dedos de los pies hasta las propias orejas.

-¡Qué frío! –pensé.

Inmediatamente abrí los ojos; estaba tiritando. Una luz muy blanca lucía sobre mi vista, cegó mi pensamiento y volví a ocultarme tras la defensa del párpado; a la vez, arrugué la cara e intenté desviarme de su objetivo, pero no pude. Algo tenía junto a mi cabeza, a ambos lados, que no permitía girar más que un par de centímetros mi cuello.

-¡Qué leches hay aquí! -dije en voz alta.

Esta vez fui abriendo los telonesde mis ojos para evitar el deslumbramiento. En seguida intenté dirigir la mirada hacia los laterales. Necesitaba ver qué había a los lados, aquello que me impedía mover libremente la cabeza.

-¡Una gasa… y otra gasa! Dos gasas… número par inferior a cuatro.

Dos superficies cubiertas por gasas blancas. La luz era inmaculada, el techo liso y bastante limpio; mis ojos comenzaron a poder abrirse sin el temor de quedar cegados. Me había dado tiempo para ver que se trataba de una sucesión de planchas de color blanco con manchas grises, unidas por listones de aluminio. Algo muy típico de los falsos techos, que reducen la altura de una habitación, mejor de precio que las planchas de escayola tipo pladur. Estas últimas son más un elemento decorativo, si bien las primeras logran el mismo efecto de forma más práctica y económica.

-¡Qué frío, jopeta! -dije en voz casi alta.

Mi garganta estaba reseca. De hecho, desconocía cuánto tiempo llevaba en esa posición… y en ese lugar.

-¿Dónde estoy? -fue la siguiente interrogante.

Una gran parte de mi día a día era leerinformaciones sobre cuestiones que había conocidopara sacar conclusiones y elaborar documentos de interés para mis jefes. En base a ellos se tomaban importantesdecisiones. De tal calibre era nuestro trabajoque, si el informe era malinterpretado, podías ir buscando un nuevo lugar donde colgarla chaqueta cada mañana. Las labores de un guardia civil dentro de la Unidad de Información del Ejército de Tierra (UNIFETA) son poco acordes con la Institucióncomo tal. Pero ese momento, ese techo… no era el de mi oficina.

-En la oficina me siento en la silla. Ni por asomo me tumbo, pongo los pies en la mesa… ¡y mucho menos me quito los zapatos! No como otros…

Hacía años conocí por casualidad dicha Unidad. Estaba desarrollando un Curso de Especialización en la empresa más bella, con el mejor personal del mundo y donde se aprende a vivir dentro de un mundo que, antes o después, te acaba teniendo cierta manía: el BeneméritoCuerpo de la Guardia Civil.

Rodeada de un halo de misterio, con unas misiones bastante interesantes, se buscaban «hombres limpios para luchar contra aquellas personas que intentan ensuciar a la institución del Ejército». Esto hizo que floreciera en mí un propósito de unirme a su labor diaria. En la primera oportunidad logré superar las pruebas para llegar a ella. Según fueron avanzando los años, quizá porque descuidamos nuestra propia casitapara fijarnos más en las ajenas, se fue deteriorando la vida diaria, el trabajo y la convivencia de los habitantes.

Puede que comenzara con un problema de higiene y educación. Esa que, de niño en los frailes franciscanos y como joven recibida en miempresa, hacía inviable otras actitudes. En cambio, según advertía Gárgamel:

-Vosotros no habéis estado un verano en Afganistán bajo la carpa de una tienda de campaña sudando la gotagorda. ¿No somos familia? Pues en casa, como en casa

-La marranera es su hábitat preferido -dije a Suso.

También decía que le relajaba andar descalzo por el despacho, ignorando que sus pies sudorosos iban dejando rastro de ADN por todo el suelo… y de olor.

Su nombre es… ¡Gárgamel! -recordé riendo-. Pelo liso, cargado de hombros en una premonitoria chepa a sus 43 años de edad, sufría de una floreciente úlcera de estómago, si bien era autofingida por una sobredosis diaria del cóctel más perfecto para deteriorar el órgano: café y tabaco en cantidades industriales.

-¡Agg! -dije al recordar el olor- ¿Dónde carajo estoy?

Reconvine mi pensamiento para intentar saber dónde estaba, antes de rememorar otras historias y más de un insalubre recuerdo…

-Veamos las posibilidades: estoy muerto… Si estoy muerto, la sensación de frío no es real, ya que se debe a una reacción química producida por un cambio de temperatura interior y exterior.

La formación de la empresasiempre nos inducía a pensar en la peor opción, ya que si evalúas la buena primero, en lugar de un guardia civil serás más proclive a formar parte de cualquier congregación religiosa católica, apostólica y romana. Además, si está pasando algo bueno… fijo que estás consciente. Continué:

-Si hubiera fallecido no me molestaría la luz del exterior, ya que no sería capaz de abrir los ojos a voluntad, cerrarlos para evitar la molestia y menos aún diferenciar los colores blancos de las gasas, la lámpara y la pintura de la pared. Siguen siendo cuestiones químicas. Parece que estoy vivo… ¿Qué he hecho antes de despertarme?

«Desde luego hay veces que es mejor no levantarse de…»

El recuerdo de lo que había hecho ese día era bastante pequeño. ¿Por qué estaba ahí y en esa posición? Esa mañana no había cogido la motocicleta, no salí con la mountain bikepor el campo y tampoco había ido a la piscina a nadar… siempre y cuando…

-¿Cuánto tiempo llevo aquí? Puede que más de un día o no…

Intenté mover la cabeza hacia la derecha mientras pretendía levantar el brazo derecho para ver mi reloj. Ni una cosa ni la otra. Descubrí que, al igual que estaba sujeta la cabeza, el brazo tampoco podía levantarlo. Un dolor en la muñeca me dio la sensación de tener una amarra a esa altura. Desde mi cerebro curséidéntica instrucción al apéndice medio izquierdo, con mismo resultado. Hice el mismo gesto con las extremidades inferiores…

-¡Tengo que parecer el mismísimo Jesucristo! -fue mi pensamiento- O, quizá, me pareceré más a San Pedro… aunque no esté boca abajo. ¡Virgen santa del Pilar!

¿Por qué estoy atado? Hace años hubo un tipo que me consideró un poco inestable. El motivo era muy… peregrino:

-Ha estado de baja psicológica unos meses. En esos temas nunca se está totalmente recuperado, tal y como dicen en el gabinete de la Dirección General…

Las palabras del Segundoquedaron muy claras para todos los que escuchaban en directo dicha afirmación. El día siguiente también tuvimos Suso y yo conocimiento de ellas: por casualidadse había quedado grabando el dispositivo de escucha que probábamos en el bar de la Unidad. La intención no había sido conocer sus pensamientos, que ya teníamos claros casi del todo, sino conocer el tiempo que duraba el dispositivo con la batería a medio usar.

La hospitalidad era una seña que teníamos por bandera. La cocina de la Unidad estaba acompañada de una surtida bodega de vino aceptable, para homenajear a algunos visitantes. De igual forma, el café era bastante bueno y más barato… especialmente para aquellos quegorreabanlos tickets para reponer el producto. ¡Qué no decir de la leche! El precio era muy bajo, casi de coste. El encargado del frigoy de reponer sus existencias bailaba redondeando las ofertas del supermercado cercano siempre al alza. De esa forma nos proveíamos de útiles para la cocina, balones de playa, vasos decorados… incluso había un curso interno con personal ajeno a nosotros. Ahí se hacía un punto de inflexión y se ponía un precio que era el doble de los de dentro. De esa forma, podíamos adquirir una cafetera nueva, platos o utensilios que el desgaste por el uso abocaban a su sustitución.

La sonrisa de esos recuerdos llenaba mi rostro. Era consciente de ello, ya que la mueca de mis labios reveló un cálido líquido en la comisura del lado derecho.

-¡Sangre! He tenido que sufrir un accidente, no hay duda.

Fui deslizando mi lengua intentando detener la hemorragia. La punta del húmedo músculo curioseó en los alrededores de la herida. No era grande, más bien un pequeño golpe. Parecía un simple corte, pero también…

-¡La madre…! -me dolía también la mejilla al mover la mandíbula inferior.

La situación era cada vez más inquietante: estaba tieso de frío, inmovilizado y me habían golpeado. Los datos no dejaban lugar a muchas dudas; un accidente no había tenido. Abrí los ojos otra vez. Moví con todas mis fuerzas el brazo izquierdo y logré que se desplazara menos de tres centímetros.

La punzada de dolor en el antebrazo fue un recuerdo para mí. Las analíticas mensuales de sangre habían dejado una sensibilidad familiaren mi cuerpo. El médico debía de extraer una o dos veces al mes el líquido de la vida de mis venas. La medicación agresiva y experimental (en parte) atacaba tanto los bichos maloscomo otros más santurrones.

Empezó a caer un chorro de agua desde el techo de la sala. Aquel que ingenió el sistema acertó de pleno: todo el líquido incoloro caía en mi cara. La cantidad de agua se mantenía constante. La temperatura era agradable sin ser caliente. El sabor, bastante bueno, teniendo en cuenta que estaba entrando en mi cuerpo por casi todos los orificios de la cara.

-¡Glub, glub… ya…. val… me est… …gando! –advertí a decir entre burbujas.

Ni caso. El mamónque tenía la llave del grifo continuó echando agua, como si no costara. Llegó un momento en el que me cansé de tragar porque mi sed había sido saciada y necesitaba más oxígeno del aire, que mezclado con hidrógeno. Se hizo interminable el final de la cascada, pero llegó. Al menos se trataba de agua potable. El Canal de Isabel II de Madrid tiene una calidad de agua envidiable, aunque todo lo bueno, al final, también cansa.

¡Brrrom! Oí el sonido sordo de algo parecido a un cierre. Todavía con las gotas resbalando por mi cara, alguien comentó:

-¿Qué tal estás?

-Hombre, no sabría cómo definir con exactitud mi estado… -respondí.

La voz me era algo familiar. No lograba asociar sonido y rostro, más aún por la conjunción en las sensaciones de frío, humedad, luminosidad de la sala y roce de los amarres a mis extremidades.

-¿Sabes quién soy?

-A priori, no, pero su voz me recuerda mucho a la de alguien… Ha de perdonarme porque no recuerdo su nombre, ni su cara… dónde estoy ni por qué. Si fuera usted tan amable…

¡Zas! Fue la respuesta del impacto de una mano sobre mi rostro. El golpe había sido certero: me abrió la misma herida en el labio, corriendo la sangre con libertad, mezclada con el agua del chorro.

-¿Te suena ahora? -volvió a insistir.

-Lo siento, no. ¿Puede pasar a la siguiente pregunta? No me encuentro en mis mejores días para responder a adivinanzas.

¡Zas, zas! Se duplicó el premiopor fallar.

-Bueno, bueno… pasaremos a la siguiente pregunta. ¿Sabes quién eres y qué has hecho?

Estas dos preguntas eran bastante directas. Hace tiempo que mi certeza en el planeta Tierra había determinado en responder como Platón: «Yo solo sé que no sé nada». En la Guardia Civil me enseñaron que debía aprender aquello que ignorara; el deber del conocimiento para solucionar los problemas que nos enfrentamos a diario es una «meta para ayudar a los ciudadanos que son, al fin y al cabo, nuestros verdaderos jefes: ellos son nuestro compromiso».

-Siento mucho no poder ayudar en dichas preguntas… No me encuentro bien… Apenas recuerdo qué he hecho esta mañana. Aunque, quizá con su ayuda, pueda rememorar bastantes datos…

-¡Así me gusta! Actitud de ayuda a los demás

La risa de mi interlocutor no logró contagiar la mía. El dolor de sus tres golpes era un obstáculo para mí. En cambio, la situación en la que me encontraba no me producía ninguna sensación para mostrar felicidad o simpatía.

-Veamos. ¿Recuerdas los informes que has hecho sobre algunos sucedidosen tu Unidad de destino?

¡Acabáramos! Es eso. De inmediato se me vino la cara de mi interlocutor: Greco, el jefede la Unidad. Las preguntas se ceñían a…

-Hombre,sucomandante, yo recuerdo casi todos los informes que he hecho en mi vida… Con especial interés aquellos que he elevadoa su parecer

¡Zas! ¡Zas! Se repitió el abonoa mi cara:

-Mal camino, Fran, mal camino llevas… Ya veo que has recordado mi nombre. Bien. Algo es algo. La memoria siempre ha sido una de tusvirtudes. Te diré qué pretendo con estas preguntitas, que dirías tú: necesito cerciorarme de las informaciones que has cursado por escrito. Muchas de ellas son inciertas y otras son mentiras. En esta charla que vamos a tener he de quedar convencido de todo aquello que pusiste por escrito. ¿Entiendes?

-Sí,sucomandante, he comprendido todas sus pretensiones -respondí.

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Greco medía 173 centímetros de completa estupidez académica. Procedente de la Academia de Infantería de Toledo, bien rememoraba a los cuadros de Doménico Theotocopoulos –Tetocalapolla, decía Suso-, ya que no pesaba más allá de 65 kilos. De rosa tez y barba pretendiente de ser algo más que una sombra en su rostro, dejaba vislumbrar su mal gusto por todo lo que no fuera una estrella en la hombrera.

-¡Deja de decir su comandantede una puta vez! O me tratas con respeto, o comenzaré a seccionar partes vitales y apéndices de tu cuerpo… -el tono de voz irradiaba su tendencia hacia el odio. La verdad es que mi broma pesada no era de sugusto, ni siquiera en el pasado:

-Mira,tronco-decía a mi compañero Suso-, no es micomandante ya. La subordinación que debía por su cargo o empleo se ha acabado para mí. No creo que sea necesario emplear el adjetivo posesivo miporque, si fuera mío,entregaría su todoa una planta de residuos sólidos humanos. Es un ladronzuelo de medio pelo. Él quiere meternos en un follón muy gordo… y no me da la gana. Si hay que hacer algo poco legal, será cada uno quien decida su aportación, exclusión o abstención. Y yo paso.

De aquellos barros, estos lodos:

-Muy bien, Greco, comience con suspreguntas. Responderé con la mayor sinceridad, con la ayuda de la Virgen del Pilar y de nuestro Padre Jesús Nazareno -acerté a decir, encomendándome a las creencias católicas, apostólicas y romanas de muchos miembros de la Guardia Civil.

-Empecemos…

Me soltó cuatro guantazos seguidos en mi dolorida cara. Mal por el dolor; bien porque me envió a soñar con Morfeo que, al parecer, era donde mejor estaba.

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