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Rafa es un grandísimo ser humano valenciano
Las redes sociales son un instrumento básico en el día a día de una persona en el año 2025 de la era cristiana. Podemos odiarlas, correcto; dudar de su utilidad, perfecto. Ahora bien, un buen uso resulta fundamental para sobrevivir en un mundo abocado a la preeminencia de los avances tecnológicos.
Hoy voy a hablarles de Twitter, llamada “X” por su actual propietario Elon Musk, poco éxito en el cambio de nombre.
Twitter –X no es común–
Esta red social es una jaula de grillos con bastante éxito y múltiple difusión a lo largo y ancho del planeta. De hecho, los políticos –su equipo de comunicación– emplean un tiempo precioso de su jornada en contarnos su éxitos en la gestión, así como los insultos a los oponentes/enemigos, dependiendo del color político. Mucho se habla del Boletín Oficial del Estado en España, y muy pocos leemos las disposiciones allí publicadas. Esas normativas regulan nuestra actividad diaria: leyes y reglamentos, entre otras.
Una inmensa mayoría de criaturas recibimos las arengas, mensajes, incluidos insultos, de los políticos currantes en este hermoso país llamado España. Y les añoramos, nos interesamos por su estado de salud. ¿Quién no se ha preguntado dónde anda Óscar Puente –ministro de Transportes (responsable de RENFE, no vale reírse)– en estas últimas jornadas de tanto azoramiento en el Partido Socialista Obrero Español –PSOE, cuatro letras, cuatro mentiras–, donde los dos últimos secretarios de organización se han revelado presuntamente corrompidos y puteros –por cuenta ajena–? ¿Está bien de salud? Sí, sí, tranquilidad: está de baja por paternidad de una criatura.
Reales y ficticios
En Twitter, hay una disparidad de perfiles –reales y ficticios–, decía. Estos últimos son personas que ocultan su identidad, ejerciendo su libertad de mantener oculto su nombre e imagen real. Allá ellos. Hoy toca hablar de las personas que sí revelamos nuestra identidad e imagen, porque también tenemos derecho a ello. No se crean que la identidad oculta queda liberada de ser acusado de algún presunto delito, como la difamación o el derecho de las personas a no ser acusadas sin pruebas de la comisión de un presunto delito; o varios. Porque la red identifica un dispositivo, una conexión y otras cuestiones informáticas que siempre dejan huella y rastro para, en caso de necesidad, la justicia llegue al autor.
Dentro de las personas identificables, hay un reducido grupo con un corazón más grande que el monte Everest; personas que te hacen recuperar la buena fe en el ser humano; fe que perdemos con frecuencia –demasiada– en el día a día en este hermoso país llamado España.
Rafa el grande
Unos meses atrás coincidí con un perfil muy interesante. Publicaba noticias, comentaba casos, con idéntica opinión que un servidor. Un tipo que siempre da los “Buenos días a la España que madruga”; un tipo currante, un tipo que los fines de semana acude a cuidar de los naranjos de la familia en Cullera; un tipo que luce la bandera de España sin ningún temor a nada ni a nadie. ¡Un tipo cojonudo!.
El punto de inflexión con Rafa, que así se llama este ser humano, fue la riada en las provincias de Valencia y Albacete el día 29 de octubre de 2024. La situación terrible de las personas en las localidades arrasadas nos hizo un boquete en el alma a las buenas gentes del resto de España. No llegábamos a imaginar cómo era el desastre y, lo más importante, ¡por qué cojones el gobierno de España no enviaba allí a todos los medios y materiales disponibles para ayudar a los ciudadanos!.
Cuatro días y cuatro noches, que nunca acababan, mensajes e imágenes terribles de las zonas arrasadas por el agua; cuatro días y noches, donde los españoles nos preguntábamos de la utilidad de un gobierno, cuyo presidente zanjó su discurso con una de las más terribles frases que un cabrón puede decir:
—Si necesitan ayuda, que la pidan.
Aún rebota esa afirmación en la memoria; aún recordamos la impotencia de no poder derrocar a este majadero de su poltrona, a ese dictador en ciernes de nuestra democracia.
Navidad
De entre las múltiples acciones que realizamos los españoles esos días –otro día me haré eco del bueno de David (queda en prenda contaros)–, la llegada de la Navidad tuvo un punto para Rafa. Se me olvidaba, el gran Rafa regenta una cafetería en Valencia. Pues bien, se le ocurrió una idea maravillosa: se compró un décimo de lotería de su bar y afirmó “si toca este décimo, donaré todo el premio a los damnificados de la riada”. ¡Qué buena idea!
Compartí dicha noticia, compré un décimo y le dejé en su poder como depositario, por si tocaba, para que el premio tuviera el mismo destino. Lamentablemente, no tuvimos suerte. Nos ha mirado un tuerto, como Junqueras, por ejemplo.
Valencia
Hace unos días visité con la familia la ciudad de Valencia. Mientras mi hijo y esposa disfrutaban del Oceanográfico, me di una vuelta hasta la cafetería de Rafa. Sí, pregunté si estaba abierto y la dirección, porque el paseíto iba a ser largo y sólo faltaba que ese día descansara el negocio.
Me sorprendieron las calles de Valencia. Hay un montón de carriles bici y patinetes. Estos artefactos son conducidos por algunas criaturas con poco respeto a los peatones, aunque exigen no sé qué mierda de derechos a los conductores de vehículos. ¿Ya no se acuerdan cuando pateaban la calle a pie?
Por otra parte, hay edificios con un porte señorial, pinturas y esculturas en sus fachadas, que alegran la vista y muestran el buen gusto de las construcciones de épocas pasadas. Además, me sorprendió la escasez de entidades bancarias. En un trayecto de casi 7 kilómetros, encontré 3 sucursales de 2 entidades bancarias. Sólo; solamente 3. ¿No les parece extraño?
Llegué a la cafetería. Y encontré a Rafa. Tardó 5 segundos en reconocerme y saludar efusivamente a este extraño conocido en la red social Twitter.
—¿Has venido andando? —preguntó extrañado.
—Claro.
Vicente
Había acabado el turno de los almuerzos, muy populares para los valencianos, e iba a comenzar el servicio de comidas. Atendía al personal que entraba como si fueran de la familia más cercana: nombre, preferencia por la bebida –cerveza, vino, salmorejo, gazpacho…–, y la barra de pan –o más en algún caso– para llevar a casa. Sí, vende pan de un horno artesanal para los clientes de la cafetería.
A media conversación, llegó un paisano. Mayor, bonachón y educado, muy educado. Se sentó en una mesa. Le cantó el menú del día y el tipo escogió un arroz negro con ali–oli, recomendación del gran Rafa. Miraba la televisión, como el resto, y se unió al eterno debate del hemiciclo en el bar, donde arreglamos España los españoles, como es tradición.
Seguí los consejos de Rafa: arroz negro con ali–oli y carrillada de cerdo al vino tinto, manzana asada de postre. Exquisito.

Agradable sorpresa
Tras la visita, me fui reconfortado a encontrarme con la familia. Un hombre bueno, majete, español y con una cafetería, donde se sirve un menú exquisito en un barrio muy normal de la ciudad de Valencia.
Días después, me sorprendió una imagen de Vicente, el señor bonachón y educado, con quien compartimos breves comentarios en casa de Rafa. El gran Rafa decía: “Hoy le dije a Vicente que viniera a comer…”. Ilustraba la foto de Vicente con una tarta y vela de cumpleaños. Al parecer, Vicente está solo en el mundo. Vivía en un trastero, hasta que Rafa le consiguió el alquiler de una habitación en un piso compartido.
El gran Rafa le invitó a comer en el día de su cumpleaños y regaló una pequeña tarta con su vela encendida. ¿Se han dado cuenta de los enormes detalles del gran Rafa?
Los perfiles de la jaula de grillos en Twitter son complicados de diferenciar. Ahora bien, doy gracias a Dios y a los padres del gran Rafa por la forma y manera de educar a este grandísimo ser humano.
¡Y qué bien se come en su cafetería! Parece un domicilio particular abierto al público.
Rafa, muchas gracias, querido amigo.
Si les apetece leer o regalar una lectura, les propongo mi última publicación hasta la fecha: «Bajos fondos». He aquí el enlace.
