“46×1000”, de Alonso Holguín F.J., en recuerdo de…

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“46×1000”, de Alonso Holguín F.J., en recuerdo de…

 

El día 26 de agosto, quedará para los restos en mi memoria, cuando mi hermano Biempi marcó el número de móvil. Eran las 23’16. Dios mío Jesucristo, con tu permiso, ayer se te fue la mano en un parpadeo. ¡Va por los cuarenta y seis mil metros más largos de este mundo!

Biempi, compañero y hermano del alma, suele resumir bastante las noticias. Las llamadas de un ser ciertamente querido siempre son bienvenidas. Sin embargo, pasadas las once de la noche, aun siendo verano y soportando unas temperaturas superiores a 20º en Madrid, al encenderse la pantalla del cacharro móvil suele ser el antecedente de una mala notica. Y así era:

-Oye, ¿sabes dónde está Villarejo de Salvanés? -preguntó Biempi.

-Así a primeras… ni idea. Me suena -que es la traducción “alguna vez he oído ese pueblo”- pero me pillas… ¿Qué pasa?

-Estoy saliendo con mi esposa para allá…

El teclado del ordenador tenía ya el sonido característico de la pulsación del accionamiento de sus letras; San Google buscaba en menos de 0, segundos el pueblo referido por Biempi; el cerebro empezaba a reordenar ideas, recuerdos, cariños y una inmensa tristeza.

Esa misma tarde vimos por televisión las imágenes de un tremendo accidente en la carretera de Morata de Tajuña. Dos turismos habían chocado de manera frontal. Dos heridos muy graves y otra que tuvo un final peor, trágicamente fatal.

Recuerdo de manera clara muchos momentos de esta vida. Aguantaré que sonrías cuando afirmo que la vejez hace perder memoria, a más que intento frenar el día a día, incluso consumir productos vegetales, me olvido de algunas situaciones, momentos y el nombre de algunas personas, de lo cual me disculpo rápidamente.

El día 25 de julio de este año dimos unos amigos una vuelta en moto por la zona de Las Vegas, provincia de Madrid. La provincia, aunque sea Comunidad Autónoma uniprovincial y capital de España, sigue siendo un conjunto de pueblos, del cual el más principal es sede de gobierno del total. Móstoles, Alcorcón y Fuenlabrada, dicen que son la Costa Dorada. La Sierra es Guadarrama, El Escorial; Buitrago de Lozoya, El Molar tienen buena fama hacia la zona norte; El Corredor del Henares, con Torrejón de Ardoz, Alcalá de Henares y otros cuantos forman un buen lugar para pasear o vivir.

Las Vegas tienen en su interior preciosas localidades: Aranjuez, Chinchón, Titulcia, Ciempozuelos, Morata de Tajuña y otros cuantos. Las carreteras son un buen paseo en moto, ya que hay zonas de curvas, respetando siempre las normas, la Ley y la educación. Ese día se preparó la ruta con dos paradas: Chinchón y Aranjuez. Teníamos que mojar una cuestión personal y por allí discurrimos. Inmediatamente recordé a un antiguo Jefe, Maestro, compañero y hermano. Envié el queo de nuestra intención de visitar y respondió:

-Cuando llegues a Chinchón, envíame la posición vuestra y nos vemos. Saludos, Diego.

Y así fue. Estacionamos las motos y nos dimos cuenta que eran las fiestas de la localidad. Recién acabado el encierro, las peñas aún en los bares que rodean la hermosa plaza del pueblo, decidimos alejarnos un par de calles y beber unas cervezas sin alcohol en El Jardín. Mi antiguo Jefe, Maestro, compañero y hermano Diego, se hizo presente en menos de diez minutos.

-¿Qué pasa Tío Félix? Tenía que venir a lavar el coche… ¡y a darte un abrazo, pelón! -me dijo al oído cuando nos fundimos en un gran abrazo.

Siempre recordaré el día 11 de marzo de 2004 cuando llamé a Diego y me dijo:

-Está parado mi tren… espera se mueve… dice el maquinista que vamos a la Estación Sur. Hay algún problema en la vía en Atocha… ¿tú donde estás?

-En Santa Eugenia, Diego, ha habido una explosión…

-¿Estás bien?

-Sí, sí,… luego hablamos, tronco -colgué el teléfono ya que una persona pedía ayuda.

Su tren retrocedió y no entró al andén de Atocha aquél día 11 de marzo del año 2004. Recuerdo cómo después de quince días, estando los dos por la calle trabajando, empecé a tener sudores y algún temblor inapropiado para mi condición física, edad, labor y estado en general. Gracias a él encontré a un Ángel de la Guarda y Guardia, para no desentonar.

De los problemas diversos que nos han ido acaeciendo en la vida, destinos y relaciones humanas, hemos siempre confiado uno en el otro y al revés. Recuerdo cuándo conocí a Araceli, su segunda esposa, siendo novios aún. Vino por la tarde ya a un lugar que andaba celebrando un café, tras una comida laboral. Uno de los responsables decía invertir en bolsa, gestionar una modesta cartera de valores y se atrevió a preguntar, con ínfulas de experto, a Araceli, que acompañaba a Diego. Ella, mezcla de belleza, juventud y sabiduría en la materia, en dos pases por bajo, lidió estupendamente al mostrenco que decía dominar el IBEX treintaytantos. Araceli trabajaba como Directora de la Sucursal de La Caixa en Chinchón (Madrid).

Especial recuerdo tengo de Araceli y Diego cuando, por completa sorpresa, nos encontramos el día 24 de septiembre de 2014 en Toledo. Se trataba de la Carrera “Corre por Román”, cuyos ingresos iban a parar a Román David Gómez Maestre, herido en Acto de Servicio al ir a atender el atraco a un supermercado. Fuimos a Toledo para dar una alegría al joven compañero, rular con las motos y alegrar el día a la criatura. En tanto se salía o no, los corredores digo, puede que saludáramos a más de 40 compañeros que acudían al evento.

En medio de la marea naranja de corredores, llegaron Araceli y Diego, mi hermano. Venían visitiendo sendas mallas de corredor cortas.

-¡Coño, Tío Félix! -un gran abrazo y dos besos a cada uno.

Diez kilómetros, diez, era la distancia a recorrer. Hacían bromas de los entrenos que habían hecho para la carrera. Diego sabe que no puedo correr por problemas con la espalda. Sin embargo, allí estábamos compañeros con nuestras motos para rendir homenaje y ayudar al futuro del compañero. La sonrisa de Araceli, morena, simpática, guapa y hermosa por los cuatro costados, hacía que se iluminara más la tarde, si podía ser con aquél sol tan brillante. Tras la carrera, aún reíamos algo, porque Diego se hizo daño en el tobillo. Juventud tiene, aunque ya con una edad algo avanzada… ¡me iba a perder echar una broma en medio!

El otro día configuraba el navegador del teléfono antes de subir al coche: 46 kilómetros de distancia hasta Villarejo de Salvanés. Era el tramo que tenía que recorrer, tras el aviso de Biempi. La noche cerrada, pocas estrellas en el cielo de Madrid, ya que la metereología se había aliado con el ánimo de todos sus amigos. Comencé a recorrer la carretera A – 3 dirección Valencia, intentando sobrellevar la palanca de marchas, el intermitente y el limpiparabrisas improvisado de las mejillas. Sí, amigos, otra vez la cojuntivitis esa que hace derramar agua salina desde el lagrimal de los ojos hasta el último poro de la cara.

Tras pasar Rivas – Vaciamadrid, la carretera comienza a ser más y más oscura. Las farolas eran inexistentes, la luna tenía la lucha perdida por iluminar la noche. La única referencia luminosa se mostraba a intervalos de 50 metros en la cuneta de la carretera. Circular por primera vez de noche, por un tramo con limitada visión es, cuando menos, complicado. Aminoré la marcha, prisa no había, lamentablemente ya estaba todo decidido.

-Hay que llegar y volver -pensé.

Otros controlaban mejor los tramos. “No importa, que pasen”, decía mirando la carretera y de reojo el navegador que adelanta la curvatura de los metros más cercanos del itinerario marcado. Treinta, veintiséis, dieciocho, diez…

-¡Madre del Amor Hermoso! ¡Qué largo se están haciendo los cuarenta y seis mil metros! -pensé varias veces.

Los reflectantes de los arcenes seguían pasando con una periocidad contínua. Carteles indicando varias poblaciones, anunciaban los desvíos oportunos. Excepto Villarejo de Salvanés, que sólo faltaban siete kilómetros, ¿todavía?

Se hizo eterna la llegada a la rotonda de entrada. Allí, a los pocos metros a la derecha, estaba la Casa Cuartel de la Guardia Civil. Despacio, muy lentamente entré en el pueblo, sabiendo que la calle que buscaba no estaba actualizada en el navegador.

-Creo que me he pasado la calle… -dije al ver maniobrar a un turismo delante de la recta de entrada al pueblo, ya entre casas del mismo.

Frente a dicho coche había dos personas mayores sentadas a la puerta de su casa, “al fresco”, que se dice en mi querido y añorado Cigales. Detuve el coche y pregunté:

-Buenas noches, por favor ¿podrían decirme dónde está el Tanatorio?

-Allí detrás de aquél cartel de la derecha -dijo la amable señora- justo por donde va este coche… y otros muchos que ya han pasado, joven.

-Muchas gracias, señora. Buenas noches -respondí.

Di la vuelta y entré en la dirección marcada. Agentes de Guardia Civil con linternas fosforescentes indicaban disminuir la velocidad. Un gentío impresionante se agolpaba en las inmediaciones de una casa pobremente iluminada. Ambos lado de la calle se encontraban coches aparcados unos detrás de otros. A corrillos se juntaban criaturas humanas, muchas de ellas con la cabeza baja. Otros sostenían sobre hombros amigos sus cabezas.

Después de aparcar, llegué a la puerta. Allí estaba Txevi, otro hermano de Diego. Entramos juntos y nos sumamos a Biempi y Belén, su esposa, que llegaron un minuto antes. Cómo describir la dureza del momento, los rostros de las personas empapados de lágrimas y sollozos. Todo muy triste, inmensamente difícil de afrontar. Continuamos por el pasillo hasta una antesala. Al fondo, en una salita más pequeña estaba Diego, mi antiguo Jefe, compañero, amigo y hermano. Mirada fija, ojos ensangrentados de lágrimas, movía lentamente la cabeza hacia delante sin apenas pestañear. En aquél momento volvió la mirada a nosotros y comenzamos a abrazar, saludar, entregar nuestro más sentido pésame.

-¡Hombre, Tío Félix! -dijo al abrazarme- mira… Araceli hizo que sentara la cabeza… y ¿ahora?

-Lo siento Diego, lo siento tanto… -no acerté a decir nada más.

Llegaban más hermanos y familia de Araceli, quien de cuerpo presente yacía. Salimos como pudimos a la calle. Allí fuimos encontrando con otros hermanos de la Guardia Civil, agentes que hacía casi doce años que no nos veíamos. Diego tiene dos hermanos de sangre, tres hijos y cienes de hermanos en la Benemérita. Sí, querido lector, así es. Diego es un hombre muy bueno, que puede contar con un numero muy elevado de amigos, compañeros y hermanos… todos, querido lector, al unísono si hace falta, ayudaremos en esta nueva y tremenda prueba que Dios a dispuesto para nuestro Jefe, compañero, amigo y hermano.

Hace años, Dios Nuestro Señor, se llevó a su madre al cielo. El otro día, por la tarde, andaría parpadeando Jesucristo, cuando un vehículo se empotró de manera frontal contra el coche que pilotaba Araceli, su esposa. La mujer con quien compartía Diego la felicidad de esta vida. Me permitiré pedir al Altísimo que mantenga un poco más atenta la mirada sobre este planeta nuestro, ya que lleva unos meses un poco… despistao. ¿Sería mucho pedir que dejaras unos cuántos de esos ángeles que te estás llevando unos pocos años más en la Tierra? No sé, unos años… unos cienes de años… o 46×1000, igual que los reflectantes que hay en las carreteras.

Descansa en paz, Araceli Carrasco. Diego, aquí estuvimos, estamos y estaremos, hermano.

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